Cartas a / de un exdiputado

Enric Sala

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El ciudadanoManuel Mas, diputado socialista en las dos últimas legislaturas, dedicó parte de la jornada de reflexión del pasado sábado a un inusual intercambio de correos electrónicos con un desconocido. Resumiendo, la cosa fue así:M.O. (obviemos el nombre del comunicante, porque puede que no sea el real) mandó el 17 de noviembre a Mas un e-mail instándole, por "un mínimo de ética", a no aprovechar "para forrarse" los contactos obtenidos durante su carrera; el ya exparlamentario le respondió que se equivocaba de destinatario; el otro insistió con desprecio sobre la actitud de la mayor parte de diputados, fue replicado de nuevo, y así durante tres días, hasta sumar correos electrónicos que ocupan seis folios. <(Pueden leerse aquí)

El caso es particularmente paradigmático deldistanciamiento entre la ciudadanía y los políticos y, sobre todo, de los tópicos negativos que han calado sobre quienes ocupan un cargo público, en el Congreso en este caso. Una dinámica peligrosa que es preciso romper, entre otras cosas porque aún no se ha encontrado una forma de expresión de la democracia que sea mejor que la representación parlamentaria fruto de elecciones libres. No es una fórmula perfecta, obviamente, y debe ser puesta al día mediante, por ejemplo, una reforma de la ley electoral que garantice una mayor proporcionalidad. Pero incluso muchos críticos con el statu quo actual la admiten implícitamente. Véanse, si no, un par de datos: pese a la crisis de credibilidad de muchos partidos, el 20-N la participación fue muy poco inferior a la de las elecciones del 2008; y opciones a la contra como Escons en Blanc han conseguido resultados muy notables.

En el cruce de correspondencia entre M.O. y Mas, ambos tienen sus razones. El primero puede reprochar, entre otras cosas, muy legítimamente al segundo que participase, como la mayoría de diputados, en la reforma urgente de la Constitución para consagrar el control del déficit público -una fulminante iniciativa que aún hoy causa asombro- o denunciar la disciplina tiránica que los partidos imponen a sus parlamentarios. Pero el exdiputado también es impecable cuando reclama que no se generalice sobre las prebendas que otorga haber tenido un cargo público e insta a su comunicante y quienes piensan como él a lanzarse al ruedo de la política activa para defender su alternativa.

Un peligro añadido que ha generado eldesprestigio de la política es el de retraer a quienes, teniendo aptitudes, podrían plantearse dedicarse a ella. Si los sinsabores (críticas despiadadas e injustas, entre otros) son superiores a las satisfacciones (trabajar por la comunidad desde un determinado prisma ideológico), mejor descartarlo, piensan los que tienen inquietudes. Y así se empobrecen las listas electorales y aumenta la casta depolíticos profesionalesen el peor sentido de la expresión. Posteriormente, los casos de corrupción, aunque cuantitativamente poco relevantes sobre el conjunto de cargos públicos, son un caldo de cultivo demoledor que amplifica el discurso que quiere desacreditar a quienes ejercen la política.

Aun con toda la acritud que destilan los correos referidos, algunas enseñanzas positivas tiene el caso. No es la menor que alguien que ha sido siete años diputado (y, antes, 21 años alcalde de Mataró) dedique horas a dar explicaciones a un desconocido que se le dirige con cajas destempladas. Un buen ejemplo de que, como dijo Rafael Campalans hace casi un siglo, "política significa pedagogía". Buena falta hace.