Panorama para después de las elecciones

Se ha acabado la fiesta

La crisis hace que nos estemos jugando el futuro del Estado del bienestar, patrimonio social de Europa

Se ha acabado la fiesta_MEDIA_2

Se ha acabado la fiesta_MEDIA_2

ANTONI SEGURA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El lunes, con los resultados electorales, la dolorosa realidad volverá abruptamente: se habrá acabado la fiesta. Será la hora de afrontar las facturas de los aeropuertos que no ven despegar ni aterrizar aviones (25 aeropuertos en Alemania, 46 en España), de las autovías donde el paso escaso de algún coche rompe por unos instantes la soledad y el silencio del paisaje, de las urbanizaciones fantasmas y de las viviendas donde no vivirá nadie y de cinco millones de parados -1,6 millones de ellos de larga duración- que necesitan encontrar trabajo para mantener a sus familias o, en el caso de los jóvenes donde el paro supera el 40%, encarar el futuro.

Un nuevo Gobierno se hará cargo de la situación con el objetivo de reducir déficit, devolver deuda y situar la prima de riesgo en unos límites aceptables. También se necesita, urgentemente, una reactivación económica capaz de generar ilusión y, sobre todo, producción y consumo. No conocemos, a pesar de la campaña y la larga precampaña, las intenciones deMariano Rajoy, porque, excepto utilizar como un mantra que hay cinco millones de parados por culpa del Gobierno socialista -incluso el candidatoAlfredo Pérez Rubalcabaha admitido, con la boca pequeña eso sí, importantes errores de gestión y de comunicación- y que él se propone crear empleo reduciendo la presión impositiva sobre las pequeñas y medianas empresas y facilitándoles la obtención de crédito, no ha dicho nada sobre cuáles son las medidas concretas que piensa aplicar para hacer frente a la crisis, es decir, para crear el empleo prometido, la reducción de impuestos y facilitar el crédito y, al mismo tiempo, contener el déficit y pagar la deuda. Y todo apunta que irá por el camino fácil de los recortes en políticas sociales y sueldos de los funcionarios, y privatizaciones de empresas públicas. Por tanto, la situación es clara: se acabó la fiesta y mañana se decide quién y cómo paga los platos rotos y hace la limpieza del local.

Ciertamente, la crisis no afecta solo a España, aunque aquí se ve agravada por los efectos de la burbuja inmobiliaria. Es una crisis de la zona euro que incide en el conjunto de la UE. Y sorprende la falta de reacción de las instituciones y los gobiernos europeos. Parece que no hay conciencia de lo que está en juego, que es el propio futuro de la UE. Y cada vez más la actitud de sus máximos responsables recuerda aquel famoso poema queMartin Niemöllerescribió denunciando la pasividad frente al nazismo y que podríamos reescribir diciendo: «Primero fueron Irlanda, Grecia y Portugal y permanecí en silencio porque yo no era irlandés, ni griego ni portugués, después fueron Italia y España y permanecí en silencio porque yo no era italiano, ni español... Ahora la crisis de la deuda soberana ha comenzado a golpear también a Francia, Bélgica, Austria y Finlandia y me mantuve en silencio porque yo no era francés, ni belga, ni austriaco, ni finlandés... Cuando la crisis llegue al corazón económico de Europa, Alemania, ya no quedará nadie más que pueda protestar». ¿Cuándo se darán cuenta los políticos europeos de que, más allá de las especificidades de la crisis en cada país, este es un embate contra el futuro de la UE y del Estado del bienestar que forma parte del patrimonio socio-cultural de Europa? Esto es lo que hay y que nadie se llame a engaño, porque después no podrá alegar ignorancia.

Hace unos años en el yacimiento de Dmanisi (Georgia) se encontraron restos de 800.000 años de antigüedad de unos homínidos que ya conocían la solidaridad, porque había un cráneo adulto sin dientes -y se pudo comprobar que los perdió en vida- que demostraba que era alimentado por otros miembros de la tribu que previamente masticaban los alimentos que ingería. En cierta medida, el Estado del bienestar es la versión contemporánea de aquella solidaridad. Obviamente, es necesario que el Estado del bienestar sea sostenible, eficaz y transparente, pero sería de una enorme irresponsabilidad desmantelarlo por la presión y la especulación de unos mercados que representan la ley del más fuerte. Hay que volver a un principio básico de las democracias: la política está al servicio de los ciudadanos y la economía no puede desvincularse de las decisiones políticas y de la necesidad de promover y mantener la cohesión social, porque, si no es así, ¿que quedaría entonces en el mundo actual de aquella primitiva y sobrecogedora muestra de humanidad?

La campaña electoral ha sido anodina, insufrible y aburrida, pero eso no excluye que en estos momentos nos estamos jugando el futuro. Parece que la desmotivación y la desafección política se traducirá en una baja participación y aún, a estas alturas, el nivel de indecisos supera el 30%. Es un lujo que no nos podemos permitir. Hay, sin duda, que meditar mucho el voto, pero, sobre todo, hay que ir a votar, porque de lo que suceda a partir de ahora todos seremos responsables. Y hay que votar pensando muy bien qué valores defendemos y qué sociedad queremos. Quizá la mandíbula de Dmanisi no sea un referente tan antiguo como parece por su datación.

* Catedrático de Historia Contemporánea (UB).