El humor es una cosa muy seria

Enric Sala

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Que el humor no es del agrado de los intransigentes nos lo ha recordado por enésima vez el grave ataque perpetrado contra la redacción del semanario satírico francés 'Charlie Hebdo'. Ya saben: algunos consideraron una ofensa que la revista, en uno de sus habituales guiños ingeniosos, transmutase su propio nombre por el de 'Charia Hebdo' para abordar, en un número monográfico, el peligro de que la primavera de Túnez derive hacia un fortalecimiento del integrismo religioso en ese país. Nada nuevo, pero no por eso menos inquietante.

No tan lejos, aquí mismo, en España, también ha habido estos días un conato de intolerancia a propósito de unacuenta de un Mariano Rajoy ful aparecida en Twitter con el objetivo indisimulado de provocar la sonrisa a costa del líder del PP. Indisimulado y legítimo, porque nadie podía llevarse a engaño y pensar que las ocurrencias de ese Rajoy fueran del candidato a presidente y no de un suplantador, y porque no parece que en ese juego se sobrepasase la línea roja del insulto y la descalificación. Pero la poderosísima red social clausuró la cuenta después de una reclamación del PP. Aunque quizá ha sido peor el remedio que la enfermedad, porque la censura ha multiplicado el eco de la parodia, que ha tenido continuidad en otras cuentas. Poner puertas a la libertad de expresión en internet es absurdo por imposible.

Y mientras, en Catalunya es posible seguir disfrutando de 'Polònia' pese a que hace un año, tras la victoria de CiU en las elecciones autonómicas, muchos pensaron que el programa tenía los días contados. Un temor fundado, porque no hay que olvidar que hubo que esperar al tripartito de izquierdas para que en la tele pública catalana hubiera un espacio de sátira política, habitual en otras cadenas desde hace muchos años. Habrá que aguardar un tiempo más para saber si la razón de que Queco Novell y compañía se sigan asomando cada jueves a la audiencia de TV-3 reside en una firme actitud de la dirección de la emisora o en el temor del poder político a ser acusado de censor si mueve los hilos para que 'Polònia' desaparezca de la pantalla. Porque lo que sí parece cierto es que a muchos políticos, aunque digan lo contrario, no les gusta la parodia que de ellos se hace en el programa. No tanto por su caracterización física y gestual --sublime muchas veces-- como por lo que se les hace decir, no menos sublime: sus contradicciones, vanidades y carencias. Pero, como es debido, aguantan las sanas embestidas sin apenas rechistar. No solo eso: los cabezas de lista del 20-N se han prestado a acudir al programa y comparecer al lado de los imitadores, en lo que parece el no va más de la tolerancia y la actitud liberal. Y aquí es donde posiblemente se equivocan esos políticos, porque, una vez desvanecido el efecto sorpresa que su presencia en 'Polònia' produce en el espectador, no les ayuda a ganar credibilidad y respetabilidad. Si acaso les otorga campechanía, pero no cercanía al ciudadano, el gran déficit de la política de nuestros días. Es más aconsejable que cada actor represente su papel en el escenario que le es propio: los cómicos en el plató y los políticos en el conjunto de la sociedad, que es de donde surge su legitimidad. Larga vida a 'Polònia'.