Euskadi tras el cese del terrorismo

Misterios de la historia

El fin de ETA no tiene que suponer necesariamente que muchos vascos se sumen al nacionalismo radical

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JOSEBA ARREGI

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En pleno auge del historicismo, a finales del siglo XIX, un autor escribió que los historiadores escriben la historia siempre desde el final: lo que cada historiador piensa, sueña, espera que sea el final de la historia, de la universal o de alguna particular, es lo que guía su forma de narrar la historia. La comprensión de los datos a disposición del historiador y la orientación que guía la narración dependen de lo que el historiador se imagina como fin de la historia.

Es probablemente esta idea de que la historia se escribe desde el final lo que conduce a la otra idea de la trampa de la historia, de que la historia nunca se desarrolla como esperan sus actores, de que la madurez humana consiste precisamente en la capacidad de asumir el fracaso, mayor o menor, de lo que cada uno, personalmente o como colectivo, ha proyectado como su futuro.

Cuanto más pegados estamos a los sucesos, más necesario es tener en cuenta ambas ideas. Ahora que ETA ha anunciado el cese de su actividad terrorista, muchos andan, o andamos, tratando de intuir por dónde va a ir desarrollándose a partir de ahora, en parte a causa de ese anuncio, la historia de la sociedad vasca.

Es curioso observar que existe un juicio compartido de lo que va a suceder a partir de una valoración radicalmente contrapuesta del final de esta historia: va a haber un aluvión de voto nacionalista, un crecimiento del sentimiento nacionalista. Unos lo dicen saludándolo como algo bienvenido, mientras que otros lo deploran profundamente.

En ambos casos se da por supuesto que si el nacionalismo no ha crecido más en la sociedad vasca se ha debido a la rémora que para ello suponía el terror de ETA. Parten de que la resistencia que ha habido en la sociedad vasca ante el proyecto nacionalista ha sido una resistencia motivada solo por el terror de ETA, y no por el totalitarismo que muchos percibían en los planteamientos nacionalistas, con o sin violencia. Debido a ese análisis, ahora que la lacra del terror de ETA parece que desaparece, quedan todas las vías abiertas para la expansión del nacionalismo: este no puede más que crecer y el futuro de la sociedad vasca está sellado, está determinado.

Este determinismo de la historia olvida que las personas pueden hacer historia, que conservan cierto grado de libertad y que su futuro lo pueden escribir desde esa su libertad limitada sin que tengan que doblegarse a un determinismo histórico del que serían meros juguetes. Suscriben la frase deIbarretxe: ETA tiene que desaparecer para que su proyecto pueda materializarse.

Dejando de lado lo que significaría que el proyecto de ETA se realizase sin ETA -dar por buenos cada uno de los asesinatos de ETA, pues todos ellos habrían tenido sentido si el proyecto en cuyo nombre fueron cometidos es legítimo-, este diagnóstico-pronóstico del futuro de la sociedad vasca peca de reduccionismo. Un reduccionismo del que acusan a los demás: pensar que todo es ETA en la sociedad vasca, en el mundo de la cultura en euskera, en el mundo del nacionalismo. El pronóstico que hacen se basa en una lectura de los últimos 30 años en la que ETA lo fagocita todo: solo ha habido crítica a ETA, a su terror, pero no al nacionalismo.

Pues bien: la sociedad vasca y su historia reciente es algo más complejo que todo eso. El nacionalismo institucional, el del PNV, pensó que con la gestión nacionalista del sistema escolar, más una gestión nacionalista de los medios de comunicación públicos, con el añadido de la presión en el acceso a los puestos de trabajo en la Administración pública por la exigencia del conocimiento del euskera, la producción de nacionalistas era una cuestión casi mecánica. Hasta que el PNV descubrió que no era así, lo cual no es una de las menores razones para su radicalización. La sociedad le daba votos suficientes para gobernar, pero no a condición de dejarse transformar en nacionalistas.

Ahora puede suceder lo mismo con los nacionalistas de Batasuna: muchos los aplauden hasta con las orejas, muchos les van a dar el voto, pero también muchos se van a resistir, igual que ante el PNV, a dejarse transformar en nacionalistas radicales. De otra forma, habría que explicar cómo, contradiciendo todo lo que conocemos de la historia, una sociedad rica e igualitaria, superior a su entorno, da el paso de ser radical en sus planteamientos políticos y de promover lo más parecido a una revolución.

La historia nunca se escribe según las teorías y los pronósticos unilaterales que dejan de lado la complejidad de las motivaciones humanas, y dejan también de lado la libertad, parcial y limitada, de los actores humanos. El futuro de Euskadi no está escrito: ya se equivocó la izquierda nacionalista en la transición cuando pensó que Euskadi era nacionalista, y que dentro del nacionalismo ella era la mayoritaria. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. Tampoco ahora tiene que ocurrir nada parecido. Dependerá de los vascos, de su interés en preservar su complejidad, de la conciencia que tengan de que de esa complejidad y de su preservación depende su libertad, de las ganas que tengan de resistir, activamente, o simplemente de forma pasiva, no dejándose transformar en lo que no son. Presidente de Aldaketa (Cambio para Euskadi).