El turno

El hombre de la pistola de oro

XAVIER Moret

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No es fácil ponerse en la piel del miliciano que grabó con un teléfono móvil la muerte deGadafi.El líder libio herido, ensangrentado, zarandeado, vilipendiado y maltratado por quienes lo combatieron; y, en plena algarabía, un hombre filmando la muerte del dictador para la posteridad. Vivimos tiempos en que todo va muy de prisa, y en que el poder de la imagen lo es todo. En el tumulto de Sirte se lee mucho odio acumulado, pero también se adivina a alguien con la suficiente sangre fría para grabar las imágenes de un linchamiento que muestra la crueldad de la guerra.

Estamos acostumbrados a que los dictadores huyan antes de que el barco se hunda. Pactan con el demonio para largarse a un lujoso palacio rodeado de alambradas. Mundo aparte, exilio dorado. Pero, tras más de 40 años en el poder,Gadafi

se quedó solo ante la muerte, sin aliados, en unos años en que la historia acelera en los países árabes. Se derrumban gobiernos, caen dictadores que se sospechaban eternos y el pueblo alborozado se hace con el futuro sin saber muy bien cómo va a manejarlo.

Tampoco resulta fácil ponerse en el lugar de los milicianos que encontraron aGadafiescondido en una cloaca, «como una rata», dijo uno de ellos. Ni en el del miliciano que exhibía orgulloso ante las cámaras una pistola de oro que, según dijo, pertenecía al dictador.

La pistola de oro resume muy bien la dictadura deGadafi:un cóctel de terror y amenazas aderezado con todo tipo de lujos para el dictador. Las pistolas de oro pertenecían antes al mundo de la ficción, al territorio James Bond, pero los dictadores de hoy, endiosados por ellos mismos, enloquecieron hasta apostar por una realidad megalómana. Hasta que la pistola de oro acaba en manos de un miliciano que la exhibe como el mejor símbolo de la caída deGadafi.