Una iniciativa para el 2022

Juegos de invierno en Barcelona

Convendría que el nuevo ayuntamiento replantease la propuesta que formuló Hereu y la reactivase

Juegos de invierno en Barcelona_MEDIA_2

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ORIOL BOHIGAS

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Cuando  el alcalde Hereu anunció que Barcelona optaría a ser la sede de los Juegos Olímpicos de invierno del año 2022, la ciudadanía quedó muy sorprendida y, a continuación, se pusieron en marcha comentarios críticos, la mayor parte de los cuales consideraban la propuesta como un disparate poco meditado, casi un exabrupto para distraernos de la aparente atonía de la ciudad y sus perspectivas lúdicas y económicas. Los argumentos variaban de tono y de intención, pero casi siempre salía el tema del clima de Barcelona, ¿¿tan contraindicado para los deportes de nieve, una contradicción que predisponía al chiste burlón y la acusación de ligereza política.

Ha pasado el tiempo y ahora no se habla mucho del tema. Pero hace pocas semanas unas noticias sobre la marcha de la presentación de las candidaturas me recordaron que, de una manera u otra, Barcelona tiene pendiente de resolver este episodio. Y busqué un poco de información. Me sorprendió muy positivamente ver que existían unos estudios profesionales serios y conscientes que justificaban y valoraban positivamente el proyecto. No puedo resumir ahora todo el contenido de estos estudios y solo señalaré cuatro puntos que pueden ser fundamentales a la hora de decidir sobre la apuesta barcelonesa.

Primero: el emplazamiento. La propuesta plantea una doble centralidad: Barcelona y el Pirineo (La Molina y Masella) y demuestra que la distancia entre los dos centros es muy adecuada, más corta que la de los diversos centros de los Juegos de invierno últimamente celebrados. En Barcelona se harían todos los deportes de ámbito cerrado, y en el entorno de La Molina y Masella los de aire libre.

Segundo: las infraestructuras. Esto obligaría a una mejora de infraestructuras que nos resulta muy necesaria. Por ejemplo, el ferrocarril de Ripoll hace años que está pendiente de resolverse. Y se añaden nuevas redes que unirían definitivamente Barcelona con el Pirineo.

Tercero: la economía. Con muy pocas modificaciones, Barcelona tiene ya construidos -o con proyectos de ampliación y rehabilitación- los palacios necesarios para todos los deportes de nieve e hielo a puerta cerrada. Quizá solamente debería rehacerse el uso interior del velódromo -que, por otra parte, ya debe modificarse, según los nuevos reglamentos deportivos- y adaptarse y modernizarse algunas instalaciones que a estas alturas ya lo necesitan.

Cuarto: el éxito. Parece que si el asunto se plantea bien y se dedican esfuerzos, la candidatura tiene muchas posibilidades de éxito. No solo por la calidad del programa, sino por el prestigio olímpico de Barcelona y por la voluntad de dar un empujón internacional al Pirineo catalán, con un nuevo centro residencial en La Molina que podría ser un modelo de implantación semiurbana para la regeneración de todo el territorio.

Hay otro tema, no analizado en este estudio, pese a que era frecuente en las críticas al alcalde Hereu. Una corriente de oposición se quejaba de que estos JJOO venían a ser la repetición acrítica de aquel fenómeno tan barcelonés de condicionar el crecimiento y la calificación de la ciudad a la promoción de un evento que aglutina a la ciudadanía y la sitúa en el empuje cívico, en las inversiones y en la satisfacción colectiva: el derribo de las murallas, las exposiciones de 1888 y de 1929, los Juegos de 1992, el Fòrum de les Cultures y ahora otra Olimpiada. Es cierto que parece que cuando Barcelona quiere dar un paso cualitativo tiene que inventarse un acontecimiento, como si las ideas urbanísticas no tuvieran vida sin este apoyo. Es un poco verdad, pero no me parece un defecto, como dicen los pesimistas, sino una cualidad, porque indica el reconocimiento de un problema real y el inicio de su solución: Barcelona no tiene Estado, no es una capital, y cuando tiene que actuar como tal debe disfrazarse y conseguir así el empuje necesario para construir un Eixample, un parque de Montjuïc, una playa turística o unas rondas. Es decir, para conquistar la distinción exigente -productiva, económica, social y política-de la capital que aún no es. Por otra parte, la promoción de este tipo de aglomeración de entusiasmo no es solo un buen apoyo para conseguir mejoras, sino también -y casi primordialmente- un instrumento de cohesión y de participación política. En estos momentos pesimistas del recorte y el desconcierto político, tal vez sería un buen paliativo aunar los entusiasmos populares en una operación que reavivase la autoestima.

Convendría, me parece, que el nuevo ayuntamiento estudiase bien los informes de que dispone y que, con serenidad y un poco de entusiasmo, replanteara el tema, viera qué queda del mismo y volviera a lanzarlo a la opinión pública.