El turno

¿Por qué no se callan?

Toni Mollà

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La censura es tan vieja como el lenguaje, que es tanto como decir la misma Humanidad. Cuando la primera pareja entabló el diálogo fundacional, seguro que uno de los dos mandó callar al otro. A partir de entonces, la dialéctica entre la palabra y el silencio marcó el principio de jerarquía que ha moldeado el mundo. En la antigua Grecia, las disquisiciones entre sofistas, por una parte, yPlatónySócrates,por otra, sentaron las principales funciones del lenguaje, entre las que destaca el ocultamiento y la manipulación de la información. Siglos después, la conjunción de las ideas deLutero y la imprenta de tipos móviles difundió el derecho a la herejía, es decir, a la libertad de expresión. La respuesta inquisitorial fue la persecución del libro y de su usuario, un proceso magníficamente descrito porMigues DelibesenEl hereje. Luego vendría la disputa entre el oscurantismo y el iluminismo que engendró el enciclopedismo ilustrado. En España, el franquismo responde a pies juntillas a la definición de dictadura que caricaturizaIgnazio SiloneenLa escuela de los dictadores: «Un lugar donde solo se lee un libro». La transición política será un grito por la libertad de pensamiento, y sus actores principales, los periódicos, púlpitos de la palabra libre antes incluso de la legalización de los partidos. En esta pugna, la información es el poderoso intangible del que hablabaGabriel Ferratercon su lucidez habitual: «Qui domina els mots, domina el món». Por ello, determinados sectores, incapaces de aceptar el juego informativo limpio, a la mínima sacan a pasear el inquisidor que llevan en sus entrañas. El triste suceso de RTVE, con ciertos representantes políticos tratando de restablecer la censura previa, demuestra que la ciudadanía tiene razón al considerar que la clase política es uno de los principales problemas del país.