El epílogo

Una noche en Twitter

ENRIC HERNÀNDEZ

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Cada noche tengo por costumbre difundir a través de mi cuenta en Twitter (@Enric_Hernandez) la portada de EL PERIÓDICO del día siguiente. Así lo hice el domingo, pero esa madrugada la red social se incendió: centenares de usuarios -incluido un veterano exministro, con una dilatada trayectoria en organismos internacionales- expresaron sus reparos, cuando no su rechazo más rotundo.

Bajo el titularLa guía 'mangui' de Barcelona, la portada divulgaba un texto -obra de algunos mossos a título particular y de operadores turísticos- que cataloga la tipología de los delitos que acechan al turismo en la capital. La polémica estalló por la reproducción-siempre entrecomillada- de las alusiones que recoge el documento acerca del origen de los delincuentes (peruanos, rumanos, bosnias...) o su etnia («los moritos»).

Fue decisión editorial del diario reproducir, sin censuras pero sin tampoco juicios de valor, la textualidad de un informe cuya jerga, claramente xenófoba, solo puede suscitar repugnancia. Que agentes del orden empleen expresiones racistas, caviló la dirección, ya era lo bastante elocuente; sobraban comentarios.

Pero la polvareda que se levantó en la red nos hizo reparar en nuestro error. La mayoría de nuestros lectores en Twitter entendían que EL PERIÓDICO, al destacar la noticia en portada, asumía como propio el argot del documento. En periodismo rige la siguiente máxima: si un solo lector puede malinterpretar un titular, es que este es erróneo. Tanto más si son multitud. De ahí que, a medianoche, decidiéramos modificar los elementos de titulación para hacer más explícito lo obvio: que el diario no comparte tales expresiones. No me arrepiento de haberlo hecho.

Narradores, no cómplices

Las redes sociales están cambiando nuestras vidas, y también el ejercicio del periodismo. Lejos de adoctrinar a los lectores, los diarios debemos ser más permeables, saber escucharlos. Pero hay algo que las redes jamás alterarán: publicar una noticia -por ejemplo, el enfermizo ideario del ultra que cometió la matanza de Noruega- no convierte al periodista en cómplice de lo que narra.