El valor simbólico de un objeto
El Códice Calixtino, más que un libro
Nada cambiará si no aparece, pero algo deberá significar su sustracción más allá de su valor material
El pasado 7 de julio, jueves, San Fermín, desapareció el Códice Calixtino del lugar de la catedral de Santiago de Compostela en el que se guardaba. Los periódicos y el resto de los medios de comunicación masiva llevan proporcionando, desde entonces, amplias referencias al códice, numerosas descripciones y eruditas y documentadas consideraciones, formuladas por decenas de personas, sobre su entidad y valor, amén de cientos de opiniones de todo tipo acerca de las circunstancias que rodean la desaparición.
No se sabe si su valor material es inmenso; debe serlo, cuando los seguros de hace 15 o 20 años ascendían a seis millones de euros si se quería que abandonase la seo compostelana con unas mínimas garantías de volver a ella o, caso de no hacerlo, resarcir a esta en la cantidad debida y más aproximada a su valor calculado. Se trata, pues, de una joya, de una muy importante y valiosa joya del patrimonio común, pese a que su propietaria sea la Iglesia.
No se sabe si su valor cultural también es inmenso; debe serlo, tanto en cuanto constituye un resumen de la mentalidad de una época, la edad media, al reunir en él la sistematización de un culto, el otorgado aSantiago el Mayor,que, incrustándose en el imaginario colectivo europeo, configuró el dique de contención de otra cultura, la islámica, que intentaba una expansión en la que todavía se mantiene activa.
No se sabe si su valor espiritual es igualmente inmenso; debe serlo, al menos para una comunidad creyente, reunida alrededor de la liturgia que se recoge en el Códex y de toda la hagiografía que contiene: milagros de todo tipo atribuidos a la intercesión del santo o una larga narración del más que improbable traslado de sus restos desde el puerto de Haifa, en Israel, al de Padrón, cerca de Compostela, por ser lo más sucintos posible.
Tampoco se sabe
-quiere decirse, al igual que en los encabezamientos de los párrafos precedentes, que se discute acerca de él- si el valor histórico del códice hoy desaparecido es el que algunos afirman. Puede serlo; con independencia, por ejemplo, de la vinculación que en él se establece de la figura deCarlomagno, muerto antes de lainventiodel descubrimiento de los restos de Santiago Apóstol, con la recuperación de Hispania del dominio del islam, porque lo cierto e innegable es que sí se convirtió en un símbolo de todo ello. Y rechazar símbolos, los que sean, cuando el ser humano es un ser simbólico, es, cuando menos, una solemne estupidez.
TIENE, PUES, el códice valor material, mucho; valor espiritual más que suficiente, valor cultural evidente y, pese a todas las imprecisiones que se quiera y que en él se contengan, valor histórico.
Tener tiene más valores, el Libro V, por ejemplo. Es una guía de viajes, cuya lectura resulta indispensable para el conocimiento etnográfico y sociológico de la época. Gracias a él conocemos desde las tendencias sexuales de los vascos y navarros de aquel tiempo, es de esperar que felizmente superadas, hasta la definición que en él se hace de nosotros, los gallegos, considerados lo más próximo a los cultos europeos del momento en una definición, desgraciadamente destruida, por cierto, como la que se contiene en las ordenanzas deCarlos IIIque tantos años tardaron en perder su virulencia en el imaginario colectivo de los españoles.
A lo largo de los siglos, el códice ha superado todo tipo de rapiñas posibles. Quiere decirse que una custodia que dura prácticamente ocho siglos y medio no debe resultar tan ineficaz como ahora se apunta, olvidándose, los que así argumentan, que aquí, puestos a robar, se roba el Banco de Inglaterra o lo que se le meta entre ceja y ceja robar a alguien suficientemente capacitado para ello. El Códex Calixtino superó, por cierto, la rapiña deAmbrosio de Morales cuando este se desplazó a Compostela, enviado porFelipe II, para hacerse con los libros y las reliquias más importantes a fin de que fuesen trasladas a la corte. Al no conseguirlo, aduciendo el deshonesto contenido del Libro V que acaba de ser citado y que afecta a más gente que la nombrada, el libro permaneció en su sitio.
Un poco más tarde vino el padreMariana,que, en su caso, adujo las inexactitudes del Libro IV, conocido como pseudo-Turpin, por ser falsamente atribuido al arzobispo de Reims así llamado. Con lo que el libro permaneció en su sitio, una vez más, aunque le fuese desgajado el Turpin y se conservase aparte, hasta que, a finales del XIX, fue encontrado por el padreLópez Ferreiro,figura capital en el estudio de la historia de Galicia, y debidamente restaurado, no hace mucho, a finales de los años 90 del siglo pasado.
AHORA TODO ESO se ha esfumado y ha sido sustituido por no poca grandilocuencia, que si el Códex vertebra Europa y que si constituye la esencia de nuestra cultura. Nada va a cambiar si no aparece. Pero algo sí debe significar su desaparición al poner en evidencia que nunca el valor material monta por encima de otros valores en los que los humanos necesitamos sustentarnos si no queremos venirnos abajo como colectivo, ya que no como especie, y no está de más el recordarlo.
Escritor.
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