El movimiento de los indignados

El papel de las nuevas minorías activas

Hay que construir el andamiaje de una revolución cultural que impugne el darwinismo social triunfante

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TONI MOLLÀ

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La característica más relevante de la sociedad actual es sin duda la complejidad. La irrupción de factores inéditos -como la globalización, con las movilidades legales e ilegales, la corrupción a gran escala, el final de ciertas fuentes de energía o la crisis del modelo familiar- ha desbordado los diagnósticos tradicionales, lo que complica el trabajo del sociólogo y deja sin sentido ciertas políticas públicas. Valores básicos hasta ayer mismo como la solidaridad social y la confianza institucional son ahora cuestionados. Por otra parte, la redefinición de los espacios económicos y de los ejes de desarrollo transnacionales desentierra viejos proteccionismos. La incertidumbre constituye, en este contexto, nuestra única seguridad, protagonistas en tránsito entre un mundo que desaparece y otro que apenas percibimos. El cúmulo de cambios desborda nuestra capacidad comprensiva, lo que explica una cierta orfandad intelectual y un escepticismo demasiado generalizado.

Tradicionalmente, las élites culturales -descritas porKarl Mannheim

como minorías activas que (re)producen un discurso que (re)interpreta la realidad y que las convierte en polo de referencia de la sociedad- han jugado un papel determinante en la creación de alternativas ante los nuevos retos y también en la transferencia social, pues sus propuestas funcionan comodemostration effect. Estas minorías constituyen grupos sociales que nacen y se organizan en momentos históricos concretos. Es así por lo que podemos identificar los movimientos culturales de donde partieron durante la transición la mayor parte de las interpretaciones de la realidad social y política actual. Los grupos de intelectuales formados alrededor de ciertos medios de comunicación o lobis de presión aún ejercen un papel demasiado importante en el entorno actual, a pesar de que sus ideas han sido amortizadas por el paso del tiempo y el advenimiento de la complejidad actual. En la cultura catalana, por ejemplo, estas minorías -como la Assemblea de Catalunya o la Nova Cançó- jugaron un papel cívico-político crucial. Ahora bien, los nuevos hechos exigen nuevas ideas que los expliquen y nuevas políticas que losgobiernen. Al fin y al cabo, como aseguraba Kurt Lewin,no hay nada más práctico que una buena teoría.

La aparición de la generación de los indignados apunta a nuevas maneras de ejercer esta función. Pero la fortaleza -y quizá también la debilidad- de su discurso radica, en mi opinión, en la misma indignación, un simple estado de ánimo -como el optimismo o el pesimismo- poco o nada productivo social y políticamente. La impaciencia espasmódica no parece una estrategia germinal más allá delhappeningsituacionista. Su objetivo es, literalmente, una democracia real, ya. Pero esto no depende solo de un discurso -tan indignado como justificado-, sino de hallar los mecanismos adecuados para la intervención -social y política- en un contexto tan complejo como cambiante.Serge Moscovicianalizó en su día los procesos de influencia de estas minorías activas en el cambio social, y estableció unas condiciones básicas que conviene recordar: (a) disponer de una solución coherente de cambio, (b) esforzarse activamente en hacerse visibles socialmente, (c) ser reconocidos por medio de un comportamiento consistente y por presentar los puntos de vista de manera convencida, y (d) encarar abiertamente el conflicto o desafiar la conformidad imperante.

Como militante del optimismo de la voluntad, quiero pensar que las crisis son tiempos de oportunidad y que tanto las élites culturales tradicionales como las iniciativas salidas de las diferentes expresiones de la indignación deben encontrar un espacio de diálogo que les permita construir el andamiaje de una nueva revolución cultural, con perdón, que impugne, en primer lugar, el darwinismo social que avanza en marcha triunfal así en la calle como en los medios. En mi opinión, tanto la indignación expresada en las plazas públicas como en las urnas -¡por favor, señorías, estudien en profundidad los miles y miles de votos nulos y blancos!- debe canalizarse en propuestas concretas y adecuadas al calibre de los retos y a su (re)solución gradualista. No estoy seguro, tampoco, de que el llamadopensamiento en redpueda sustituir el papel de laintelligentsiatradicional que encuentra su campo de juego en la esfera pública.

Creo, finalmente, que se necesita un nuevo diagnóstico que implique, a su vez, un discurso alternativo y una complicidad explícita de los medios de comunicación tradicionales -especialmente de los escritos, mal que les pese a los tecnólogos-,

con el activismo de las redes mal llamadas sociales. Los medios son aún el laboratorio de las mejores propuestas, el escenario de las denuncias más radicales y, sin duda, elmelting pointimprescindible entre las élites culturales, la sociedad civil

-las auténticas redes sociales- y el Estado. La creación de una nueva agenda informativa es imprescindible para construir un nuevo edificio moral capaz detourner la pagede las ideas caducas que ya no explican, sino que complican, nuestras vidas. No caigamos en otro error de diagnóstico tan palmario como el que aseguraba que debajo del asfalto estaba la playa. Debajo del asfalto siempre ha estado el negocio, digo, los mercados. Periodista.