La rueda

El libro de los idiotas

ROSA CULLELL

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Estaba en casa, intercambiando comentarios con los amigos en una red social y escuchando elCosí fan tutte, una ópera deMozart que me pone de buen humor, cuando recibí uno de esos insultos tontos y manidos. Los amigos me pidieron que no entrara al trapo. A mí contestar me cuesta poco, aprendí de joven a no despreciar una batalla. Mi padre se enfrentaba al primero que le tocaba las narices, en unos excesos tan celebrados como, en ocasiones, fuera de lugar. Con decirles que se encaró a dos guardias civiles que venían a hacerme unas preguntas al grito de «esta es mi casa y mi hija no va a ninguna parte». Menos mal que empezaba la transición y los guardias eran unos mandados; al ver su mirada, se dieron la vuelta y, sensatamente, volvieron al cuartelillo de Castelldefels.

Ahora es todo más fácil. Pones unspam y se acaba la lucha. Pero encuentro esa indiferencia tecnológica tan fría que, en ocasiones, querría tener cerca al señorCullell para lanzarlo sobre todos esos maleducados. La mayoría, sin embargo, no pasarían del primerrounden una pelea con alguien como mi padre, un lector deLarray de los rusos, un hombre demasiado desencantado para tener miedo. Y, además, él se fue hace tiempo. Pero he encontrado una terapia mejor, no violenta, contra la estupidez. Me la ha sugeridoDomingo Villar,el escritor gallego, en su última novela policiaca,La playa del ahogado (Siruela). En una de sus páginas, el inspector Caldas, de visita en una clínica donde está internado un familiar, hace un descubrimiento sobre las costumbres paternas.

-¿Tienes un libro de idiotas?, pregunta Caldas.

-¿No lo sabías?, contesta su padre sin mirarle.

Y, a petición del hermano enfermo, el padre del policía apunta en su libro a un médico de esos que tratan a los terminales de forma infantil, con condescendencia. Yo he empezado un libro de idiotas. Por ahora, tengo apuntados a varios malvados que ni siquiera son cultos o divertidos; a un político acosador y a un desconocido que me roba el suplemento cada domingo de la mesa de mi portería. A este último lo borraré cuando deje de hacerlo.