El turno

La indignación sale a la calle

JOSEP-MARIA Terricabras

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Centenares, miles de personas acampan en la plaza de Catalunya, en Barcelona, y se manifiestan en otros muchos lugares. Están indignadas con la actual situación política, incapaz de hacer frente a la agresión económica, laboral y social de la que ellas son víctimas. Creo que están indignadas con razón. El hecho mismo de que se hayan congregado de manera improvisada, que no compartan ningún ideario político, sino que solo protesten, es la mejor prueba de que su indignación es genuina. No son sofisticados, no hacen grandes planteamientos teóricos, no presentan alternativas elaboradas. ¿Por qué deberían hacerlo? Solo protestan, solo se quejan.

Son personas de todas las edades, situaciones y procedencias, una población maltratada y con perspectivas de futuro muy inciertas. ¿Qué más queremos? ¿Que agachen la cabeza y acepten el mal gobierno, el abuso, la corrupción, la malversación y el fraude como quien se somete a un destino inevitable? A estas alturas, todos sabemos que la crisis financiera ha tenido su origen en una estafa de dimensiones colosales, que esta estafa no ha sido castigada, sino más bien disimulada y encubierta, que se pretende que los estafados sigan pagando el delito de los otros durante muchos años. Esto lo sabe todo el mundo. ¿Y debemos callar?

Algunos biempensantes -poco tocados por la crisis- dicen que la indignación no solucionará nada. Estaría bien que también dijeran quién soluciona hoy algo, en quién debemos confiar. Y estaría bien que las voces que se levantan contra una población apática y poco participativa tuvieran el coraje de rectificar cuando esta población se indigna y sale a la calle. Está claro que los indignados no resolverán nada. Tampoco les corresponde. La cuestión es otra: los que deberían hacerlo, ¿lo harán? ¿Escucharán el clamor de los maltratados, de los ofendidos? Si no lo hacen, que no esperen muestras de comprensión y simpatía.