La rueda

Mujeres y esposas amantísimas

ROSA Cullell

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«Le gustan las mujeres, él lo asume y su esposa también». Grandiosa frase de la dirigente socialistaElisabeth GuigousobreDominique Strauss-Kahny esa tendencia a que el «carácter» se le escape de las manos. También es entrañable la pronunciada en el 2008 por la mujer deStrauss-Kahn, Anne Sinclair:«He pasado página a la aventura de una noche. Nos queremos como el primer día». Se refería a otra denuncia de acoso, en este caso archivada, presentada por una economista del Fondo Monetario Internacional (FMI). He leído más demostraciones de cariño excusando «la vida privada» del director del FMI. Ante tanta comprensión -y respetando la presunción de inocencia-, no es de extrañar queStrauss-Kahn,al igual que otros señores poderosos, confunda el arte de seducir con el abuso, ese que no acepta unnopor respuesta. A la sociedad le asquea el adicto al sexo que utiliza una navaja para atemorizar y violar; excusa, sin embargo, al hombre educado, al triunfador, que utiliza el poder como arma para obtener lo mismo.

Siento el trago por el que está pasandoAnne Sinclairy sé que el amor es capaz de perdonarlo todo, pero me cuesta solidarizarme con esa fidelidad extrema capaz de ignorar el daño infligido a otras mujeres, el delito. Y no admiro a esas señoras amantísimas que aceptan lo inaceptable. Tirarse encima de una camarera o de una becaria de la Casa Blanca no indica que te gusten las mujeres, significa que confundes el amor consentido, entre iguales, con el acoso.

Aunque no siempre acaba en violación, jóvenes trabajadoras de todos los tiempos han sufrido toqueteos indeseados. En una suite de lujo, en la cocina que limpian, en el despacho del director… el abuso suele acabar sin denuncia. ¿Para qué? No hay para tanto. Es cierto, suele bastar con un buen empujón o una carrera a tiempo. Pero a esos hombres no les gustan las mujeres; solo quieren aliviarse. ¿Que podrían buscar sexo pagado? Podrían, pero el poder es presuntuoso. Piensan que las jovencitas, las bellas guineanas, mueren por ellos. Y que sus mujeres seguirán en casa, perdonando y ofreciendo consuelo. Cuesta entenderlo.