La conurbación barcelonesa
Área o centro metropolitano
La propuesta de agregar municipios a Barcelona es ineludible para quien gane las elecciones de hoy
Oriol Bohigas
Arquitecto
ORIOL BHOHIGAS
Cuando llegan las elecciones locales nos toca responder la pregunta inevitable: «¿Qué es lo más urgente que hay que hacer en Barcelona? ¿Qué le pedirías al alcalde que gane las elecciones?» Y respondemos ambigüedades retóricas para no comprometernos con una sola apuesta y no tener que clasificar todos los problemas que la ciudad plantea. También para no caer ni en el detallismo ramplón de los problemas vecinales ni en las teorías demasiado generales sobre la inmigración, el civismo, la pobreza, la industria y el comercio o los desastres de la financiación. Recurrir a la discusión del área metropolitana es un buen recurso. Por dimensión y trascendencia, supera la pequeña cotidianidad vecinal y es una realidad del futuro de las ciudades europeas que, a pesar de su generalidad teórica, interviene directamente en las formas de vida y en el comportamiento político de los ciudadanos. Se puede hacer teoría y formular nuevos sistemas políticos que, sin banalizaciones teóricas, el ciudadano entenderá como una decisión que le afecta.
Hablemos, pues, del Área Metropolitana de Barcelona aunque sea repitiendo lo que hemos dicho tantas veces: cómo integrar a todos los pueblos y ciudades de ella -36 municipios, que forman parte de tres subentidades especializadas y semiprovisionales- en una unidad urbana cohesionada que asuma la capitalidad de Catalunya. Lo que pediría a los nuevos ediles es que urgentemente dieran a estos municipios una forma de ciudad continua, convirtiendo las áreas suburbiales intersticiales y las inhóspitas periferias en nuevos centros generadores de relaciones urbanas.
Pero hay que tener en cuenta cuáles son las formas urbanísticas que pueden ayudar a la transformación. Lo que define los límites de un área es la posibilidad de vivir, trabajar, educarse y relacionarse dentro de su ámbito. Por lo tanto, además de los factores culturales hay dos que la definen dimensionalmente: la extensión física y los sistemas de comunicación. Las dimensiones y la coherencia geográfica han sido los aspectos generadores, pero ahora han cambiado de escala porque los nuevos sistemas de comunicación han reducido en tiempo las distancias y, por lo tanto, puede aumentarse la superficie funcional del área. Las dimensiones de un área metropolitana se definen, pues, más por el tiempo que por el espacio.
Así, entre pueblo y pueblo existen unos espacios que no son urbanos porque no hace falta que sean enlaces comunicativos visuales y vividos y basta con que den cabida a las infraestructuras, las carreteras, los ferrocarriles, los cables, las ondas. Al aumentar las distancias, se ha perdido la continuidad urbana y se ha creado el suburbio. Parece, pues, que el buen funcionamiento del transporte, en vez de favorecer la continuidad y la cohesión urbana, facilita la ciudad extensiva y la degradación de las periferias y los intersticios.
Pero hay otro factor que puede corregirlo. El Área Metropolitana de Barcelona tiene 36 municipios y, a poco que mejoren las comunicaciones, se añadirán algunos más. Mejorarán las estructuras de comunicación y transporte, pero esto no resolverá el cáncer del suburbio. Solo se puede afrontar el problema dividiendo el área en dos: la formada por los municipios del primer anillo y la de los más distantes del centro. La primera puede funcionar con comunicaciones aún plenamente urbanas y, por lo tanto, los suburbios pueden urbanizarse e integrarse en la continuidad: una gran ciudad tal como la hemos entendido en Europa durante siglos. La segunda sería un sistema de nódulos en una red de comunicaciones, una imagen antiurbana, generadora de otra forma de entender el territorio habitable.
Por lo tanto, algunos municipios tendrían que formar parte de la ciudad central. La relación de Barcelona con L'Hospitalet o Santa Coloma no es la misma que la que puede tener con Mataró o Sabadell. La primera relación tiene el grado de compacidad física necesaria para poder estructurar todo el territorio como una ciudad continua y concentrada, y la segunda se mantiene por la reducción de distancias y correspondencias, no en el espacio sino en el tiempo. Hay, pues, un primer anillo que debe integrarse en el centro urbano, la capital de la metrópoli, y una segunda que, a pesar de no tener una imagen urbana tradicional, forma parte de este centro porque los nuevos medios de transporte y comunicación ofrecen la proximidad, no en espacio pero sí en tiempo. El área metropolitana alcanzaría todo el espacio ordenado por la red de transporte y el centro metropolitano sería un tejido urbano auténtico.
Esto nos llevaría a un segundo paso: ¿no sería lógico que los municipios del centro se integrasen definitivamente en Barcelona como distritos, tal como hace más de 100 años se hizo con todos los pueblos del entorno? Pienso que al alcalde ganador de las elecciones de hoy deberíamos pedirle que, por fin, plantee seriamente el tema y estudie las garantías políticas de identidad no solo de los pueblos agregados, sino de todos los distritos. La agregación parece un primer paso ineludible.
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