Pequeños detalles

Ni fino estilista ni rudo fajador

JOSEP CUNÍ

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Tras ir dando tumbos, el 28 de noviembre el púgil quedó tendido sobre la lona. Tras unos instantes de espera, el árbitro optó por la cuenta amenazante para comprobar si el contendiente vapuleado estaba en condiciones de continuar el combate. Le salvó el breve descanso y se levantó al límite. En medio de un ambiente tenso y expectante, su público reaccionó con alivio. Sabiendo que el resultado no sería por KO técnico, pensó que acabaría en derrota a los puntos, que siempre es un fracaso menos cruel. Y esperó al siguiente asalto. Sonó la campana y tras unos primeros intentos de aparente dominio por exceso de confianza del hasta entonces ganador, este recuperó su estilo y le determinó el resto del combate con algún revés del que intentó zafarse con más intención que estilo. A partir de entonces ya no supo ni pudo marcar distancias ni aparentar solidez. Ya no pudo ni supo recuperar el ánimo sin el cual la victoria se hacía imposible. Le temblaban las piernas y su gancho se perdía en el aire a la espera de que los jueces dictaran sentencia de un combate agónico.

Así aparecen hoy los socialistas catalanes en el ring político. Como un espectro del campeón que fueron. Como el boxeador noqueado que responde por instinto y no por acierto, perdiendo capacidad al tiempo que pierde pegada. Sus candidatos a las elecciones de la próxima semana intentan capear el temporal como pueden implorando al cielo que las nubes que se les avecinan no conformen la tormenta perfecta que temen. El trabajo que les han hecho sus compañeros del Congreso solo se entiende en aplicación de aquella máxima que dice que en un partido político los oponentes solo son rivales porque los enemigos están dentro. Y la visión global de la jugada no hay que dibujarla en una cosmología lejana, sino en los propios agujeros negros. Estamos viviendo intensamente unos tiempos que exigen compromiso y no escapismo. Momentos difíciles ante los cuales se necesitan referencias y no desviaciones. Y aun a sabiendas de lo larga que es la vida, todos somos conscientes de cómo marcan determinados episodios cuyo impacto arrastramos durante años en nuestro terreno emocional. Perplejo ante semejante espectáculo, uno de los nombres de referencia del PSC me comentaba estos días que no entendía cómo habían permitido que CiU les marcara la agenda política y la estrategia electoral.

Y todo a la defensiva porque sus iniciativas ya las habían abandonado antes a beneficio de sus socios del tripartito. Era una poco sutil crítica aMontilla por la lealtad que mantuvo a fuerza de disgustos a quienes nunca se la dispensaron. Era una directa al todavía primer secretario en pleno paréntesis existencial a la espera del relevo. Una etapa que se les está haciendo eterna porque el PSOE castiga más que ayuda. Y, claro, ante tanta desolación les duele comprobar que algunos compañeros de viaje padecen el síndrome de Estocolmo. Así, esperando que se cumpla el deseo que de Madrid al cielo, parecen decididos a olvidar que su reino sí está en la tierra. En la Catalunya de la C de sus siglas. Si es que no las han revisado, claro.