El debate sobre las reformas en la enseñanza

En torno a los uniformes escolares

Es negativo estar cerrado a nuevas iniciativas o a recuperar fórmulas antiguas que funcionaron

En torno a los uniformes escolares_MEDIA_3

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IRENE Boada

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Cuando estudiaba en la Universidad de Queen's, en las pequeñas aulas para seminarios, la docena de sillas que había acostumbraban a ser muy desiguales, desde cómodas butacas con brazos a asientos esmirriados y duros. En nuestras deliciosas horas contrastando opiniones, una profesora decía haber observado que, normalmente, quien se sentaba en la silla más cómoda acostumbraba a intervenir más en las discusiones y a mostrar más confianza. El grado de comodidad de nuestro asiento tiene, seguramente, un efecto en nuestra actuación. También, por ejemplo, el lugar en que nos sentamos a una mesa. Tradicionalmente, en las comidas familiares, el padre era quien acostumbraba a ocupar la cabecera, y esto probablemente tenía un significado nada inocente. En definitiva, el lugar donde nos sentamos, y el tipo de silla en que lo hacemos, tienen mucho más significado de lo que imaginamos o del que nos gustaría.

Del mismo modo, la ropa con la que nos presentamos en público tiene su importancia. Si los notarios, por poner un ejemplo, llevaran tejanos y cazadoras de cuero, quizá acabarían perdiendo el prestigio social (y también el sueldo) del que disfrutan. Si los médicos no usaran bata blanca, tal vez nos inspirarían menos confianza. Seguramente, a un escolar ponerse un uniforme al levantarse ya le crea la sensación de que va a hacer algo importante. Volver al uniforme escolar es otra medida posible más que no se debería desestimar. Podría convertirse en símbolo de concentración y dedicación al estudio y ayudar a los jóvenes a aumentar su sentimiento de pertenencia a una institución, que buena falta hace, igual que el color azulgrana representa a un equipo. No tendría que ser al estilo antiguo, podría sencillamente tratarse de un chándal con el nombre de la escuela y quizá con el lema que la define.

La UE nos exige una mejora de resultados educativos. Las pruebas de evaluación de estos últimos años en primaria han revelado que cerca de un 30% de los alumnos no consiguen aprender a leer y a escribir correctamente al terminar. Un 31,2% de los jóvenes catalanes entre 18 y 24 años no tienen el título de ESO, cuando la media europea es del 14,4%, y cada año el informe mundial PISA, elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), nos recuerda que el nivel académico está muy por debajo de la media de los países desarrollados.

Según una encuesta reciente hecha por UGT con una muestra de más de 1.000 profesores, la mitad de los docentes de secundaria se sienten estresados, principalmente por el mal comportamiento del alumnado y la falta de apoyo de las familias. Se quejan de alumnos agresivos y con poca valoración hacia el aprendizaje. Una sociedad que no valora el aprendizaje no augura buen futuro. Uno de los factores importantes de los deficientes resultados educativos es la falta de autoridad del docente. Hace unos días, una indignada profesora de secundaria me decía que un alumno le lanzó un zapato a la cabeza mientras vigilaba el patio. El suceso fue bastante desagradable, pero lo más duro fue el trabajo que tuvo para que expulsaran a ese alumno durante dos días. La directora del centro no era partidaria de hacer expedientes a los alumnos y el resto de profesorado tampoco se solidarizó mucho con la pobre docente. Poca motivación tendrá la profesora, que, encima, tiene que oír risitas por los pasillos. Pero el problema de la agresividad en la escuela es internacional. En Inglaterra se ha llegado al extremo de una huelga de profesores contra los alumnos, en una escuela de Lancashire. El profesorado se ha rebelado contra el alumnado por ser víctima de violencia física y verbal, y el 8 de abril no dio clase en señal de protesta.

El debate generado en torno al uniforme es un ejemplo de lo que no debería ocurrir. Como en otras ocasiones, se ha centrado demasiado en blancos y negros y en descalificaciones. Esta actitud demuestra que nos abocamos demasiado fácilmente a la disputa política innecesaria y estéril en vez del pragmatismo de salir a buscar buenos resultados.

De entrada, convendría establecer una buena cooperación entre los partidos políticos, especialmente en materia educativa. Ante la sugerencia del Govern de volver a los uniformes, alguna voz de la izquierda ya ha dicho en tono agresivo que esta es una visión ramplona y retrógrada de la educación y su modelo. Lo que menos necesitamos es este tipo de comentarios. Lo verdaderamente negativo es estar cerrado a nuevas iniciativas o a recuperar fórmulas antiguas que habían funcionado. Pero, sobre todo en educación, debemos tener una visión más internacional que nunca. A pesar de la crisis, el Govern haría bien en facilitar a los docentes las visitas de intercambio con escuelas de países emergentes. A ver si encuentran en institutos de Corea del Sur, por ejemplo, que en pocos años ha pasado de estar en lo más bajo a ocupar el segundo lugar del mundo en resultados académicos, a alguien que se tome la enseñanza a broma. Periodista y filóloga.