Los efectos de la política antiterrorista

ETA y la discordia

Toma cuerpo la sensación de que el Gobierno vasco no superará las tormentas preelectorales

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ANTONIO PAPELL

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La marcha madrileña contra ETA del día 9 se convirtió en una manifestación contra el Gobierno, según pudo constatar quienquiera que asistiese al acto o lo presenciara por televisión. Se trataba -habían dicho los organizadores, asociaciones de víctimas, impulsados por el Partido Popular- de una «manifestación preventiva», encaminada a presionar sobre el Gobierno para que no ahorre esfuerzos para impedir que la izquierda radical esté presente en las elecciones del 22 de mayo. Paradójicamente, el alarde ha tenido lugar después de que la Sala del 61 del Tribunal Supremo, a instancias de la fiscalía y de la abogacía del Estado -esto es, del Gobierno-, rechazara por una mínima diferencia -nueve votos frente a siete- la legalización de Sortu, y el mismo día en que se reunían formalmente el ministro del Interior y el consejero del Interior del Ejecutivo vasco para tomar las medidas que hagan imposible que, pese a todo, los activistas provenientes de Batasuna se cuelen en las instituciones camuflados en las listas de Bildu, la coalición independentista encabezada por Eusko Alkartasuna. La más reciente detención de dos etarras en Francia después de que hirieran a un gendarme potencia sin duda las tesis de quienes piensan que resultaría todavía imprudente la legalización.

Esta animosidad en la oposición conservadora y en las asociaciones de víctimas afines a ella hacia el Gobierno socialista proviene manifiestamente delproceso de pazde la legislatura anterior, infelizmente fracasado. Aquel legítimo intento de poner fin a la violencia independentista por vías políticas, ensayado ya con anterioridad porSuárez, GonzálezyAznaren episodios semejantes, fue tergiversado a conciencia con el pretexto infundado de que se ponía en almoneda la dignidad del Estado y sirvió de argumento para mantener durante la legislatura un clima de crispación sin precedentes en la etapa democrática.

Aquella estrategia ruidosa, que hizo saltar por el aire todo atisbo de consenso antiterrorista, no sirvió de nada al PP, que perdió de nuevo las elecciones en el 2008. Y en julio de aquel año,Rajoy se avino a un acuerdo conZapateroen materia antiterrorista, muy escueto y meramente verbal, que es el que todavía está teóricamente en vigor. El acuerdo se basaba en cinco principios -unidad de los demócratas, apoyo a las víctimas, cooperación internacional, confianza en el Estado de derecho y respaldo a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado- y, en primera instancia, incluía dos actuaciones concretas: instar a las administraciones a retirar los símbolos que enalteciesen a los terroristas y proceder a una reforma legal para que estos satisfagan íntegramente sus responsabilidades civiles.

Aquel consenso, que en realidad abonaba la idea de que el terrorismo debía sacarse de la confrontación partidaria, hizo posible el pacto PP-PSOE del que emergió tras las elecciones autonómicas del 2009 el Gobierno vasco monocolor del PSE-PSOE encabezado porPatxi Lópezy secundado generosamente por el PP vasco conAntonio Basagoitia la cabeza. Tras tres décadas de reconcentración nacionalista y luego de las vicisitudes descabelladas delplanIbarretxe, la alternancia en Euskadi se imponía por razones profilácticas, de salubridad pública.

Pero ha irrumpido en escena elcaso Faisán,un episodio de discreta relevancia objetiva que, además de reavivar los rescoldos mal apagados del proceso de paz -y las hostilidades africanas desatadas entonces-, permite a los sectores más recalcitrantes del mundo conservador poner el foco enRubalcaba,ministro del Interior entonces y ahora, y hoy vicepresidente del Gobierno y, según se dice, posible candidato a encabezar la lista del PSOE en las generales que vienen. Este episodio vidrioso, que hace referencia a un error después subsanado de la fallida negociación con ETA, es referente del rearme verbal y político del integrismo reaccionario que todavía sostiene varias teorías de la conspiración, y entre ellas la de que el Gobierno está negociando febrilmente con ETA, hozando en el estiércol de los malhechores. Conspiración que sin duda estuvo en la génesis de la mencionada movilización del día 9.

Felizmente,Rajoyno estuvo en esa manifestación, lo que, en una formación tan fuertemente presidencialista, permite pensar que el líder del PP considera un valor superior el consenso antiterrorista que por ahora asegura la preservación de la estabilidad del Gobierno vasco, que está desarrollando una magnífica labor pedagógica y de saneamiento de unas estructuras ahormadas por el clientelismo nacionalista. Con todo, la situación no es tranquilizadora, y toma cuerpo la sensación de que la experiencia vasca, esa constatación brillante en Euskadi de que no hay una única política posible, está en decadencia, ya que no conseguirá superar las tormentas preelectorales ni la gruesa confrontación que se disponen a mantener PP y PSOE. Si así fuera, habría que reconocer con melancolía que ETA, al borde de la consunción física y política, podría alardear de haber ganado la última batalla.

Periodista.