La rueda

La Rambla huele a gofre

ROSA Cullell

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O dio perder paisajes. Llegar a una ciudad, buscar esa plaza con el banco junto a los tilos y descubrir que han cortado los árboles. Bajar la avenida que lleva a un puerto cualquiera y toparme con un edificio de 20 pisos que impide ver el mar. Y que me cambien las vistas, las que llevo conmigo, me repatea. Aún recuerdo el disgusto cuando sacaron la pista de patinar de la plaza de Tetuan. O cuando descubrí que alguien, sin avisar, había tenido la gran idea de destrozar las dunas y contornear la playa de Castelldefels con un horrible paseo (nunca antes lo habíamos necesitado) de asfalto.

Me voy acostumbrando; la fiebre del tocho nos ha vuelto inmunes al horror. Lo que ya me cuesta más es perder olores. Aunque no soy de dulce, voy de vez en cuando a una cafetería que tiene en su carta Helado como los de antes, y me lo pido. Dejo que se deshaga en el plato y aspiro la fragancia del mantecado con barquillo; hasta que el camarero me mira con cara de «esta señora acabará dándonos un disgusto». Las cosas y las personas, las que echas de menos, tienen su perfume. Mi padre, incluso muriéndose en el área de terminales, olía a una mezcla de limón y tabaco americano. Y eso que no le dejaban fumar.

He perdido muchos aromas. Después de unos años en el extranjero, volví a Barcelona y cogí el metro hasta Catalunya. Fue salir a la Rambla y notarlo. No olía a café. La cafetería de Canaletes, la de los bocadillos de chorizo más buenos del mundo, había sido reemplazada por una hamburguesería. A partir de entonces decidí bajar en Liceu; la boca del metro queda cerca de Flores Maria, que aún hoy -con la moda de las gigantes margaritas de felpa- vende violetas, lirios y mimosas. Flores que huelen. Como tengo por costumbre, hace unos días me dispuse a subir el paseo, oliendo a flores, a periódicos, al pescado de la Boqueria y a ese efluvio a pajaricos de los tenderetes. Pero me inundó un tufo de helados edulcorados y gofres con almíbar, ese pegajoso invento que ha contribuido a que los americanos sean los más gordos del planeta. No encontré el olor de la Rambla.