Pequeños detalles
Devórame otra vez
Hay debates imposibles porque están envenenados. Una vez inoculado el dogmatismo tóxico, se convierten en carne maniquea y no permiten otra posición que la de los extremos mientras sus predicadores disparan a la vez contra el viandante no alineado desde sus trincheras respectivas. Sucede con la preocupante energía nuclear o el permanente conflicto en Oriente Próximo. Dos cuestiones pendientes que van superando el paso del tiempo sin que se vislumbre alternativa viable ni solución plausible. Eso no quiere decir que el debate quede enterrado cuando por decisión popular o determinación política se consigue superar el trance aplicando la correspondiente resolución. No. Lo demuestran la causa sobre la que decidir una acción bélica, la posterior interpretación del texto consensuado y su ejecución final.
Libia es el paradigma, y la ONU y la OTAN, sus elementos. Las Naciones Unidas autorizan el uso de las armas para proteger a los castigados por Gadafi, Europa apunta y la Alianza Atlántica dispara. Y todo ello sin que se consiga la unidad ni se mantenga la cohesión. Al contrario, resucitando virtualmente viejos eslóganes rescatados del baúl de los recuerdos. Así, aunque nadie ha vuelto a canturrear OTAN no, bases fuera, la reticencia de algunos dirigentes a confiar en el organismo nacido para la defensa de uno de los bandos de la guerra fría tiene algo de aquella melodía. Y eso no le resta peso a los argumentos expuestos para la prudencia ni legitimidad a las dudas planteadas. Solo que quien tuvo, retuvo, y la nostalgia tampoco es lo que era.
En esta lista de ejemplos plenamente vigentes también cabe el problema vasco. Parece como si no fuera posible estar por la paz y la acción policial a la vez y opinar que los radicales políticos merecen una oportunidad. Para encauzar mejor el conflicto, para evitar más divisiones entre familias y pueblos y para tener un interlocutor oficial con quien hablar y sobre quien presionar para que la banda terrorista, o lo que quede de ella, se dé de bruces con su soledad y su castigo. Pues no, Sortu también ha quedado estigmatizada porque es heredera de Batasuna, y eso es ETA. O sea, que los hijos de los asesinos lo son en potencia porque nacieron con el pecado original cometido por sus padres. Esto en un Estado que se proclama no confesional y profesa cierto anticlericalismo, pero donde la matriz del catolicismo alcanza decisiones políticas y judiciales. Porque el Supremo ha dictado una sentencia cantada que, como era de esperar, los afectados han considerado política. Y lo es, por supuesto. Primero, porque se fundamenta en una ley política aprobada por políticos para desterrar una formación política. Pero también porque el caldo de cultivo durante todo el proceso judicial hierve al fuego de las declaraciones políticas. Por eso es de destacar que haya votos particulares de magistrados capaces de mantener interpretaciones diferentes, aunque acaben aplastados por lo políticamente correcto. El mal de nuestro tiempo y otra invitación a desconfiar de una justicia castigada por el Tribunal de Estrasburgo a indemnizar… ¡a Arnaldo Otegi!
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