La carrera presidencial de Francia

Unos sondeos preocupantes

La popularidad de Marine Le Pen causa estupor y si llegase al Elíseo sería un desastre para Europa

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ANTONI SERRA RAMONEDA

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Los sondeos que atribuyen a Marine Le Pen la posibilidad de alcanzar la mayoría relativa en la primera vuelta de las próximas elecciones presidenciales han suscitado estupor en los medios políticos franceses. La sombra de lo ocurrido en el 2002, cuando el padre de la actual candidata del derechista Frente Nacional dejó fuera de combate al respetado Jospin y redujo la segunda vuelta a un mano a mano entre él y Chirac, el vencedor final, planeó en la sede del Partido Socialista francés, que, antes de conocer las encuestas, se las prometía muy felices ante la caída de la popularidad de Sarkozy. Pero parece que a este tampoco le llega la camisa al cuerpo, porque la historia podría repetirse en sentido inverso y ser él, representante del centroderecha, quien esta vez viera truncada su carrera política.

Los comentaristas se estrujan los sesos para discernir las razones que pueden haber llevado a una ciudadana que había de tener un papel marginal en el escenario político francés, y cuyo, si no único, cuando menos principal, activo era la figura de su exaltado padre, a ser una estrella capaz de asumir un papel de primera magnitud en la próxima contienda democrática que ha de designar nada menos que al presidente de la República. Unos lo achacan a la estrategia de Sarkozy, que podría resumirse en el y yo más para anular a su rival ultraderechista mostrándose aún más duro ante la inmigración ilegal, la inseguridad callejera, el burka o las hamburguesas halal. Y a la desorientación de la izquierda, general en Europa ante la crisis económica y sus remedios, pero particularmente aguda en el Partido Socialista francés, que aún habrá de pasar por el difícil proceso de elegir un candidato entre las varias figuras que aspiran al entorchado, una muestra de la incapacidad para aprovechar en favor suyo el declive del favor público de Sarkozy.Hay la creencia generalizada de que, a pesar de todo, la señora Le Pen nunca llegará a ocupar el palacio del Elíseo por muy buenos que fueran sus resultados en la primera vuelta. Se confía en que la mayoría de los franceses conserven suficiente sentido común como para votar en la vuelta definitiva, incluso tapándose las narices como ocurrió con Chirac, al candidato alternativo cualquiera que sea su color. Saben que el Frente Nacional en el poder significaría un desastre no solo para Francia, sino también para Europa, que volvería a las peligrosas andadas de otros tiempos. Pero mejor sería no jugar con fuego, pues a veces hasta las redes de seguridad fallan y el equilibrista acaba pegándose un considerable trompazo. Ojalá la sensatez se imponga y sean los dos partidos de mayor peso democrático y sentido europeísta los que pugnen en el asalto final por la presidencia. No sería entonces preciso el masoquista ejercicio de votar à contrecoeur al mal menor que muchos franceses tuvieron que llevar a cabo en el 2002.

Es una casualidad que en estos momentos en que la semilla en su día plantada por el sanguíneo Le Pen, en lugar de agostarse, ha dado unos brotes preocupantes, se celebren los 90 años del nacimiento de un cantautor de primerísima categoría con una magna exposición en su honor en la Cité de la Musique parisina. Me refiero, naturalmente, a Georges Brassens, nacido en Sète de madre italiana profundamente católica y padre radicalmente anticlerical y fallecido en 1981. Sus composiciones, que escuchábamos encandilados en mis tiempos juveniles, que fueron traducidas al catalán e interpretadas, entre otros, por Josep Maria Espinàs, son hoy aún objeto de culto y forman parte del repertorio de muchos artistas. De vivir hoy no creo que se sintiera satisfecho con la preocupación por el mantenimiento de los signos de identidad franceses del partido de Le Pen y de la que, por convicción o estrategia electoral, hace gala Sarkozy, él mismo hijo de inmigrante. Basta recordar algún verso de una de sus más conocidas canciones, La mala reputación, en el que confiesa que el 14 de Julio, día señalado en que toda Francia celebra la toma de la Bastilla, se queda en su acogedor lecho sin hacer caso a los toques de corneta que llaman a demostrar el reclamado fervor patriótico. Por cierto, esta canción tiene tintes autobiográficos, pues a los 18 años cometió una falta por la que fue condenado y se marchó a París. Y allí empezó la carrera que le llevó a la gloria.

Sería bueno que los actuales responsables del Partido Socialista francés aprovechasen la ocasión brindada por la exposición para escuchar con detenimiento sus canciones. Seguro que en ellas encontrarían ideas y sugerencias para reconstruir con coraje su ideario, ganar nuevos simpatizantes y, por ende, relegar a la señora Le Pen y su partido al papel de figurantes de segundo orden en el panorama político francés. Brassens, desde aquella tumba del cementerio con vistas marinas de Sète que tan bien describió Verlaine y en la que pidió ser enterrado, dejaría, satisfecho, escapar una sonrisa bajo su poblado mostacho.

*Catedrático de Economía de la Empresa.