Gente corriente

Gianni Cassaro «Tenía pánico a que me dijeran: 'Gianni, calienta'»

Promesa truncada. Nació con madera de portero, entró en la cantera del Espanyol y supo qué era la presión.

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NÚRIA NAVARRO

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Su padre, Piero, jugó en el Palermo y estuvo a un tris de hacer una prueba en el Inter. Sin embargo, Gianni Cassaro (Sant Cugat, 1992) no descubrió hasta los 9 años que le gustaba darle al balón. Entró de portero en el Mercantil de Sabadell y a los 11 le ficharon para la cantera del Espanyol. Al año, sus padres decidieron sacarlo. Demasiada presión para un niño. El suyo es uno de los tantos sueños rotos.

-Jugaba usted en el Mercantil y un ojeador del Espanyol le caló.

-Llamaron a mis padres para que hiciera una prueba, pero les dijeron que no me explicaran para qué. Fui pensando que era un entrenamiento de porteros, para mejorar. Si hubiera sabido a qué iba, puede que no hubiera querido ir.

-¿Y eso?

-Solo hacía un año y medio que había pisado un campo de fútbol por primera vez. Mi situación en el Mercantil había mejorado. Ya no era la diana de todas las bromas. Así que, después de aquel entreno en el Espanyol, que fue divertido y muy profesional, cuando el técnico me dijo «¿quieres fichar por el Espanyol?», le contesté: «Me lo tengo que pensar».

-¿Qué le convenció?

-Mis padres me hicieron ver que era una oportunidad para aprender. También tenía el ejemplo de Marc Muniesa, amigo de la guardería, que entró en el Barça un año antes. Acepté.

-¿Cómo fue aquel año canterano?

-Fue un ir de mal en peor.

-Empecemos por el principio.

-Al principio sentí la presión de jugar en el Espanyol. Allí había niños que llevaban dos y tres años jugando a un nivel mucho más alto. Cuando salía al campo, pensaba: «No puedes fallar». Pero la peor presión era la de los entrenadores. Su forma de mejorarme, me empeoraba. No entendía lo que me pedían. Notaba el menosprecio.

-¿Cómo lo notaba?

-Notaba que, cuando la pelota llegaba hacia mí, ellos tenían miedo de que me llegara. Me exigían más seguridad, pero no es algo que se logre con solo quererlo. No a los 11 años. Para ganar confianza, hay que recibir confianza.

-La cosa empeoró tras una lesión.

-Sí. Me lesioné un tobillo y estuve 15 días sin jugar. Nadie faltaba a los entrenos. Mi inseguridad creció. Teníamos un torneo contra el Barça. El entrenador me mandó calentar y le dije que no estaba en condiciones. Era mentira. Me daba miedo jugar.

-¿Explicaba en casa lo que pasaba?

-No. Nada. Me levantaba temprano para jugar antes de entrar en clase y jugaba hasta que iba a entrenar. Lo hacía de jugador, no de portero. Era mi forma de desconectar de la presión del Espanyol. Y cuando llegaba allí me entraba el miedo. Me encantaba no jugar. Tenía pánico a que me dijeran: «Gianni, calienta».

-¿Era una presión inadecuada para usted o para cualquier niño?

-Era adecuada para los 16 años, no para los 11. De todos los que estaban conmigo, solo uno, Jordi Amat, ha entrado en el primer equipo.

-¿Todo quedaba en un «espabila» o la cosa podía rozar el insulto?

-Había presiones distintas. Por ejemplo, el otro portero era más bajito que yo, falló un penalti y en el vestuario el entrenador le llamó «enano de mierda». En mi caso, pasé de jugador a suplente, y de suplente, a suplente absoluto.

Pilar Usart (la madre): «Gianni llegó a un nivel de inseguridad bestial. Cada vez estaba más cabizbajo, más serio, más introvertido. Y yo lo pasaba fatal. Veía la actitud de aquel entrenador frío y despótico. No me gustaba cómo trataba a los niños. Al final, a Gianni solo lo sacaban cinco minutos antes del final del partido».

-La del Espanyol es una de las mejores canteras del mundo, pero solo ven a futbolistas, no a personas. Quieren potenciar el nivel de los niños al 100%, sin importarles si sufren o no, porque al año siguiente llegarán otros 11 niños iguales o mejores.

-¿Hubo una gota que colmó el vaso?

-Fue justo antes del torneo de Brunete televisado por Canal +. Nos enfrentábamos al Lazio en Andorra y el entrenador me dijo: «Si juegas bien, te llevaré al torneo». Pero fallé. Solo con ver su cara me entraron ganas de llorar. Me cambió. Y en el autocar me dejó claro que no iría al Brunete. Se fue al torneo con un solo portero. Ese día mi madre dijo: «Basta».

-¿Liberado?

-En parte sentí alivio, sí. Pero yo quería jugar en un equipo profesional. Llegar a Primera División. Me costó un año recuperar la confianza y hasta los 17 no empecé a disfrutar como portero. Hoy tengo mucha seguridad. Soy el capitán del Lloret.