Pequeños detalles

Se acabó lo que se daba

JOSEP CUNÍ

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«Esa mujer es la hija deGadafi», me señalaba discretamente el propietario de un famoso restaurante barcelonés el pasado diciembre. El confidente, acostumbrado a servir buenos manjares a destacadas personalidades y sucedáneos, se refería a una rubia esbelta que cruzaba el comedor mostrando talle y moviendo cabellera. Poco después se marchaba acompañada de un hombre corpulento y con cara de pocos amigos. Los amigos hechos gracias a los negocios conseguidos a la sombra y amparo del eterno dictador libio. Como hacía el entorno deMubaraken Egipto o la familia deBen Alí en Túnez. Y como sabemos que siguen haciendo los afines a los jerifaltes árabes ahora amenazados, pero largamente protegidos. Porque lo que sucede en la orilla sur del Mediterráneo y continuará por Oriente Próximo y el golfo Pérsico obedece a causas por ahora deducidas y especuladas. Razones lógicas y comprensibles al amparo de miserias acumuladas y silencios obligados, pero motivaciones reales aún desconocidas en el fondo porque una revolución no aparece entre hoy y mañana, y menos en cadena.

Y por mucho que las nuevas tecnologías, las redes sociales o los canales de 24 horas de noticias en árabe hayan ayudado expandiendo realidades contrastadas a través de mensajes interesados, es natural preguntarse qué o quién se esconde detrás de tanta coincidencia. No se trata de caer en la teoría de la conspiración, sino de interrogarse legítimamente sobre los posibles intereses de quien hoy se frota las manos. Más por lo que se ve que por lo que venga.

Y mucho me temo que esto tampoco nos lo puede presagiar nadie a pesar de la gravedad del momento. Lo que, en cambio, sí resulta incuestionable es que larealpolitikha muerto. Aquellas maneras que los británicos sentenciaron admitiendo que ellos tenían intereses y no amigos, que una determinada forma de entender y practicar las relaciones internacionales llevó al cénit del cinismo y la hipocresía, están esperando sepultura. Aquel movimiento occidental capaz de envolver con coloridos papeles de regalo al peor de los villanos para suavizar su forma escondiendo su fondo ha tocado a su fin. Nada ni nadie pueden disculpar hoy el amparo que se ha dado a quienes abusaron de su poder durante décadas por más que se hiciera para defender las democracias propias. Porque ya hemos visto qué poco les importaba su ausencia en las realidades ajenas y porque el largo plazo del vencimiento de sus letras ha llegado. Y por mucho que nos compense una mirada hacia atrás, nos altera más la mirada hacia adelante. Una política real, descarnada en lo humano y transigente en lo inhumano, que Wikileaks se ha encargado de mostrarnos negro sobre blanco en los documentos oficiales. Y si bien los enterados han podido minimizarlo arguyendo que esos papeles no aportaban nada que no se supiera, también es cierto que a partir de ahora las negociaciones, los acuerdos y los pactos oficiales van a tener que ser transparentes para ser creíbles y éticos para ser razonables. Se acabó lo que se daba. Y se dio mucho. Quizá demasiado.