La rueda

Las nuevas monarquías de siempre

ROSA CULLELL

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Me lo encontré por el largo pasillo, tuvimos una conversación cordial y, al despedirse, aquel señor tan amable como desconocido me espetó: «Muchos recuerdos a tu hermano». Yo sonreí asombrada, y él se fue sin darme tiempo a replicar. A los pocos días encontré sobre la mesa de mi nuevo despacho de La Caixa un panfleto en el que alguien justificaba mi contratación en dos hechos indiscutibles: ser hermana deJosep Maria Cullell, entoncesconsellerde Economia, y prima deTomás Muniesa, un alto directivo de la caja.

Para qué contarles que misMuniesay los deTomásno tenían nada que ver: los míos llegaron en el siglo XIX a Barcelona desde un pueblo de Teruel, obligados por la pobreza; los suyos, algo más tarde (seguramente, por razones similares) desde Huesca. Y menos aún iba a dar explicaciones sobre mi hermano. Siempre soñé con tener uno, pero soy hija única. Yo estaba enfadada, quería contestar. La mía no era una de las Buenas Familias de Barcelona, esas queGary Wray analizaba en su libro sobre la historia del poder industrial. Pero me advirtieron: «Se inventarán un primo; olvídalo».

Es difícil explicarse en un país convencido de que el trabajo se consigue por enchufe. Imposible que los que esperan que lleguen los suyos para pillar sillón de mando entiendan que algunos no son de nadie. Imposible en una España donde los ciudadanos de Orense sin relación con la familia del caciqueJosé Luis Baltarni siquiera se presentan a los concursos públicos. O en Catalunya, cuya oposición nacionalista criticó durante el tripartito la importancia de llamarseNadaloCarody después, tras llegar a la plaza de Sant Jaume, defiende a capa y espada el mérito de losPuigyPujol. Las oligarquías y el clientelismo siguen vivos tanto en las repúblicas bananeras como en las democracias europeas. En Francia,Sarkozyha colocado a su hijo. Las nuevas monarquías están ligadas no solo al poder económico o de clase, sino a los partidos, que se enredan defendiendo que los familiares de sus líderes están ahí por méritos: «Los tuyos eran unos enchufados, pero los míos tienen un máster».