Pequeños detalles

Dime de qué presumes

JOSEP CUNÍ

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España es una nación envejecida. Por la progresiva inversión de la pirámide de edad y por su capacidad para relamerse en los mismos debates identitarios que critica. Con Catalunya, la obsesión enfermiza llega a superar la del contrario a quien también podríamos echarle de comer aparte. Se necesitan, lo sabemos, porque así se reafirman mutuamente, pero convertir esa necesidad en virtud tiene unos efectos tan negativos como perversos. La primera conclusión constatada es que el crecimiento de ERC no consiguió unas cotas tan elevadas como en tiempos deAznar. Ni antes, ni después.

Otra evidencia es la descrita en las encuestas con el aumento de la población catalana partidaria de un referendo de autodeterminación. Seguramente más por la negativa al litigio y los ataques recibidos que por convicción profunda. Y por la cartera más que por la bandera. Es una parte activa de la ciudadanía que ha visto superado el temor por el hartazgo y el riesgo por el reto. Hombres y mujeres que han entendido que no se puede perder el tiempo en debates sobre la esencia cuando la necesidad es de sustancia. La economía es el motor, y la crisis, su consecuencia. Y cuando se ha visto desde este lado, llega el contrataque centralista sobre la supuesta urgencia de reorientar el mapa de las autonomías y, de paso, ahorrarse el pinganillo plurilingüístico en el Senado porque con este dinero se podrían pagar algunas pensiones.

Algún día habrá que preguntarse dónde sitúa la política española el límite de su demagogia y cómo evita que ese juego demoledor contagie a miles de almas cándidas con graves problemas para llegar a final de mes. Sucede, no obstante, que están convirtiendo la crisis en una nueva raza de cerdo de la que lo aprovechan todo. Y así, como el Pisuerga y Valladolid,linkanconceptos que ni tan siquiera Wikileaks se atrevería a relacionar. En este ambiente, hay otra salmodia que va adquiriendo carácter de banda sonora: las televisiones autonómicas. Una melodía contagiosa que a fuerza de hacerse simpática al oído va escondiendo otros intereses que quienes la entonan no cuentan: sus propios intereses empresariales. Incapaces de prosperar por sí mismos, nacieron a cuenta de las concesiones públicas, crecieron gracias a las subvenciones también públicas y ahora desearían medrar a costa de la desaparición de los medios públicos. Nada de eso supone que todos los canales que emiten al amparo de gobiernos autonómicos se justifiquen por sí mismos. Es el caso contrario al de TV-3, a la que inclusoAlicia Sánchez-Camachose emplaza a defender donde y como sea. Tampoco significa que las cuentas de esos canales no sean revisables. Ni que su cometido debe ser muy distinto, en los casos de promoción de una lengua propia y una cultura milenaria, del de las regiones venidas a más gracias alcafé para todos. Que se debata, pues. Pero que se haga con las cartas encima de la mesa tanto por parte de quienes pueden hacerlo como por quienes instan a hacerlo. Así sabremos todos qué juego se llevan entre manos y sus posibles beneficios. Porque a estas alturas, ¿alguien es capaz de negar la transparencia?