La rueda

Heroínas de un viejo siglo XXI

ROSA CULLELL

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Su llegada a la cafetería llamó la atención. Era preciosa. Veinteañera, morena, melena hasta la cintura y tímida sonrisa. De la mano, un crío tan callado como la madre. Ambos, por el castellano tan bien hablado que utilizaron, colombianos. El hombre que se sentó enfrente, el que pagó la cuenta tras media hora sin dejar de pontificar, era un español casi anciano. Madre e hijo atendían en silencio sus consejos, esperando que les dieran la venia. Cuando el hombre hacía una larga pausa, satisfecho de su discurso, ella murmuraba: «Atiende Juan David, que el señor sabe lo que nos conviene». El niño acababa de llegar de Bogotá. ¿Reunificación familiar?

Parece tan contento de haberse conocido, pensé. Y en ese momento, cuando se metía media ensaimada en la boca, me di cuenta de que el caballero estaba convencido de que aquella joven, con la que sin duda compartía vivienda, estaba enamorada de él, que lo necesitaba para algo más que para conseguir sobrevivir en un país extraño. Antes de salir, la chica limpió las migas caídas sobre la mesa, atusó el pelo del hijo y le susurró que se portara bien. Los dos siguieron al señor.

Según el INE, el 12,2% de la población española es de origen extranjero. Esos ciudadanos vinieron en los años del crecimiento. Se dice, aunque no son cifras oficiales, que alrededor de 600.000 inmigrantes -la mayor parte mujeres- trabajan en el cuidado de nuestros ancianos. Sin embargo, solo 182.574 fueron dadas de alta como empleadas domésticas durante el 2009, y su sueldo medio no superó los 800 euros mensuales. «Heroínas del siglo XXI», les llama la escritoraÁngeles Caso. La situación, debido a la crisis, está empeorando. Las remesas de dinero que los inmigrantes envían a sus países llevan dos años bajando, mientras sube el desempleo. Hay, no obstante, una cifra que aumenta: la de los matrimonios mixtos. Sobre todo, la de hombres españoles casados con latinoamericanas. Algunos señores, y también sus familias, se extrañan cuando, un día, ellas los abandonan; se quejan de que, un día, ellas los timan. A mí no me sorprende. Estará mal, pero no me sorprende.