el diván socialista (4)

PSC y Catalunya: ahora y aquí

El partido debe ser catalán sin más y recuperar el catalanismo explícito que nos llevó al resultado de 1999

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ERNEST MARAGALL

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La pregunta no es cuál es el futuro del PSC. La pregunta es cuál es el presente de Catalunya y cómo piensa el PSC que debe afrontarse. El presente de Catalunya es demasiado exigente como para admitir procesos internos que, además, se plantean como plazo un congreso a celebrar dentro de un año.

Es ahora cuando hay que afrontar la crisis económica más grave de nuestra historia reciente. Es ahora cuando hay que formular nuevas respuestas para el avance de nuestro autogobierno. Es ahora cuando hay que definir proyectos locales con propuestas solventes para las ciudades y pueblos que en pocos meses vivirán un nuevo proceso electoral.

Las respuestas que la ciudadanía espera del gran partido del catalanismo progresista no las encontraremos en un debate endogámico ni en enfrentamientos cainitas. El PSC las encontrará en la propia sociedad, en el esfuerzo compartido con empresarios y trabajadores para definir las nuevas vías de concertación social. Vivimos este presente en un entorno que no admite ingenuidades ni soluciones locales, sino que exige sociedades fuertes y capaces de asumir sacrificios tanto como de abrir nuevos caminos.

Para el PSC, pues, la cuestión es de posición. «¡Es la política, estúpido!», podríamos decirnos. ha llegado la hora de la definición clara ante la ciudadanía en todas y cada una de las cuestiones centrales: crisis económica, autogobierno, regeneración democrática.

Hasta ahora hemos adoptado formulaciones explícitamente reformistas, pero, claro, solo en la intimidad. Están escritas en el programa electoral e, incluso, impulsadas por el Govern de Catalunya. Pero nunca hemos hecho bandera de ellas ni hemos osado afrontar los riesgos que la ortodoxia electoral les atribuye. Por cierto: ahora lo está haciendo el presidente Zapatero, y en esto merecería algo más que un apoyo parcial y silencioso. El PSC puede y tiene que ser el más dispuesto, el más avanzado en la adopción de criterios claramente expresivos de la alternativa progresista.

En relación con el autogobierno catalán, la situación es aún más exigente. ¿Dejaremos en manos de CiU el enésimo capítulo del peix al cove defendiendo el seudoconcierto o el derecho a decidir? Si realmente queremos construir una respuesta de matriz federalista que contenga los mínimos de bilateralidad y plurinacionalidad protegidos por la Constitución, vieja o nueva, deberemos empezar por aplicarnos el concepto a nosotros mismos. Ahora somos federalistas retóricos, de conveniencia. Nos cuesta Dios y ayuda concretar qué significa el término. Deberemos saber explicar a los catalanes y catalanas qué nación-Estado queremos ser sin por eso negar los lazos de fraternidad que la historia nos ha legado.

Del mismo modo, si queremos que todo esto tenga posibilidades de ser apoyado por la mayoría social que decimos querer representar, tendremos que ser punta de lanza de la regeneración democrática, de una nueva concepción de la relación entre política y ciudadanía. Esto implica que el PSC deje de ensimismarse y se atreva a revisar hábitos y reglamentos internos. Para salir al campo libre del contraste de ideas, abandonar la seguridad de la endogamia orgánica y buscar las respuestas donde están: en la sociedad abierta, libre, de ciudadanía individual u organizada que propone, crea, arriesga y contribuye.

Lo más absurdo es seguir discutiendo si el debate debe hacerse dentro o fuera, ahora o más tarde. El debate ya se ha abierto, porque así lo pide una sociedad catalana en crisis, frustrada en sus legítimas aspiraciones, con un sistema democrático que, una y otra vez, decepciona las expectativas de la ciudadanía.

El futuro congreso del PSC, pues, no tiene otro interés que el de formalizar en términos de dirección orgánica lo que en buena medida hemos escrito y aprobado ya en las resoluciones programáticas -programa marco, programa electoral-, pero no hemos explicado ni convertido en acción y decisión política. En suma: la recuperación de la coherencia entre la declaración y la actuación.

A mi juicio, pues, el PSC tiene dos opciones claras. a) Ser un partido jurídicamente independiente pero subordinado políticamente, refugiado en un digno municipalismo y sin voz ni presencia propia donde se toman las decisiones trascendentes para nuestra sociedad. Un PSC reducido a su ámbito de actuación visible, liliputiense en la capacidad de tomar decisiones en nombre de Catalunya, empequeñecido en su presencia y representación social y territorial.

b) Ser un partido catalán, sin más. Un partido Gulliver. Reanimado. De amplias fronteras. Que desde sus valores y principios, que comparte con otros partidos socialistas, busca el apoyo de la mayoría, ofrece iniciativas y respuestas en todos los campos, empezando por el de la crisis económica. Y que actúa libre y decididamente en todos los ámbitos donde ostenta la representación de ciudadanos y ciudadanas de Catalunya.

Dicho de otro modo: ¿aceptamos como definición un PSC alineado con las ideas, imágenes y propuestas que nos han traído los peores resultados jamás obtenidos? ¿O bien nos unimos para recuperar el empuje creativo y el catalanismo explícito que en 1999 nos otorgó el mayor grado de confianza obtenido en unas elecciones catalanas? Como es obvio, mi propósito es trabajar desde hoy mismo por la opción más ambiciosa, codo con codo con los ciudadanos y ciudadanas, tantos y tantas, que comparten razones y criterios y muestran la voluntad de hacerlos ganadores.

Conseller de Educació en funciones

y miembro de la ejecutiva del PSC.