Pequeños detalles

El canto del gallo descarado

JOSEP CUNÍ

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Acaba la semana laboral más corta del año. Y lo hace con la triste imagen de los aeropuertos superando militarmente el órdago de los controladores. Otra página más de la crisis española. Larga, persistente, dura, pesada, contumaz. Crisis particular con riesgo de enquistarse por causa propia alejado el cataclismo general que la provocó. Crisis que parece obstinada en mostrar las peculiaridades de un país que se irrita cuando los rumores hablan de su posible rescate económico, pero que no responde al adecuado comportamiento que de nosotros esperan los socios protectores. Alemania, especialmente.

Ahora que es fácil y lógico criticar a Angela Merkel por priorizar sus intereses electorales o de país en detrimento de la UE, ahora aparecen los largamente subvencionados del sur y le cuentan a la comunidad internacional que sus controladores plantan sus puestos de trabajo porque no les gusta que el Gobierno reajuste sus funciones y sus salarios. Ellos, que cobran un promedio de 184 euros por hora trabajada frente a los 93 de sus colegas continentales, según Eurocontrol. Ellos, que evidencian la falsa opulencia de un Estado del que pretendían hacernos creer que el orégano cubría sus montes.

Y que podíamos exportar diversión viajando por cuatro cuartos a cualquier lugar en cualquier circunstancia festiva porque lo de menos era el dinero. Aquí te presto, allí te gasto, aquí te cobro, allí te disfruto. Y a vivir que son dos días, sí, pero olvidando que debían ajustarse a la realidad. Lógico espejismo. De tanto potenciar la sociedad virtual nos convencimos de que habitábamos en ella.

Por eso mantenemos un calendario festivo pésimamente distribuido. Para un catalán, seis de las 12 fiestas anuales se acumulan en menos de cuatro meses sin que se tenga en cuenta los puentes que provoquen. Algo impropio de un país serio a la par que homologable a los de sus acreedores. Más cifras. De cada 100 euros que Europa ha facilitado a España para que pudiera medirse de tu a tu con Alemania, por ejemplo, ésta aportaba 33. Sería fácil calcular cuántos kilómetros de nuestras carreteras, o plantas de nuestros hospitales, o aulas de nuestras escuelas, o modernizaciones de nuestros aeropuertos, o actualización de nuestras flotas, por citar poco de lo mucho conseguido, ha sido posible gracias a sus aportaciones. Y ahora que comandan unos planes de ajuste severo como los que ellos, mucho más ricos y austeros, ya se han aplicado, ahora vamos nosotros y en medio de la tormenta financiera les mostramos la cara más viajera aprovechando un acueducto de esos que ningún protestante, menos aún un calvinista, ha imaginado nunca.

Y nos ven como a los griegos, capaces de aparcar las protestas contra la dura restricción para viajar con sus equipos de fútbol o baloncesto allí donde estos jueguen. Pero esto no es Grecia, se nos dijo. Y es verdad. Ni Irlanda, se nos insistió. Y también es cierto. Pero a fuerza de tensar la cuerda puede que los especuladores que ponen en vilo a un país en menos que canta un gallo decidan que al tercer canto actúan. ¿Respuesta? : nos zampamos el gallo y nos adornamos con sus plumas.