la tribuna

La invisibilidad del deporte femenino

Si algo no es conocido no genera afición, ni seguidores, ni patrocinios; es un pez que se muerde la cola

Participantes de la Cursa de les Dones, ayer en plena acción.

Participantes de la Cursa de les Dones, ayer en plena acción.

MARIBEL ZAMORA

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El deporte femenino ha tenido una evolución evidente a lo largo de la historia. Pero si comparamos estos avances con el deporte masculino, parece que vivamos en épocas cronológicamente diferentes. En este sentido, las mujeres seguimos siendo invisibles. Y no deja de ser alarmante, ya que en la actualidad, a diferencia de la Grecia antigua -cuando la principal división de derechos sociales se establecía por género-, esta división se ha transformado en riqueza o pobreza, clase obrera o patronal, países del primer mundo o del tercero... y un largo etcétera que podríamos citar sin que apareciera la división de género. Y si el género no es un criterio de diferenciación tangible en nuestra sociedad (o no debería serlo), ¿por qué en el deporte sigue siendo un fuerte condicionante de presente y de futuro?

La participación deportiva se podría simplificar en: deportistas, técnicos, árbitros y dirigentes. Si analizamos la problemática de los cuatro, quizá la principal es la invisibilidad de las mujeres. Y no nos engañemos: de lo que no se habla, no se conoce nada, y por lo tanto, no existe.

Los medios de comunicación tienen mucho que ver con este hecho. Actualmente, el deporte que no genera audiencia propia, apoyado por cifras millonarias de patrocinios, si quiere aparecer en un medio cualquiera (radio, televisión, prensa escrita...) debe hacerlo asumiendo los gastos de emisión o publicación. Me han hecho esta pregunta muchas veces: «¿Cómo es que no se ve voleibol en la tele?» La respuesta es evidente: no tenemos dinero para pagarlo. Y esto es un pez que se muerde la cola. Si el deporte no se conoce, no se genera afición. Y sin afición no hay público ni seguidoras o seguidores y, por lo tanto, tampoco el interés de patrocinios, millonario o no, pero patrocinios y por lo tanto, recursos.

Y, sin todo esto, el esfuerzo de las deportistas, se queda en la ducha del vestuario, una vez terminada la competición. Publicar los éxitos de las campeonas del mundo, o simplemente de las competiciones domésticas, no puede reducirse a una noticia de cuatro líneas y una foto. El seguimiento de una trayectoria debe ser un camino más largo. Y el día en que el reloj biológico se activa, seguramente es el equivalente a dar «la hora de la muerte» de una carrera deportiva. Deportistas como Almudena Cid, que ha participado en cuatro Juegos Olímpicos, y Gemma Mengual son sobradamente conocidas. ¿Pero cuántas medallas deben conseguirse para poder ponerle nombres y apellidos a la constancia y el esfuerzo? ¡Ah! ¿Que la gimnasia y la natación sincronizada son deportes femeninos? ¿Hay deportes femeninos y masculinos? Parece ser que sí. No hace mucho, un conocido que se enteró de mi presidencia en la Federación Catalana de Voleibol me preguntó: «¿Presidenta? ¿Pero de la federación de hombres o de la de mujeres?» En un vaso de agua no haremos entrar el mar.

Se ha hablado mucho del nuevo decreto de entidades, que afecta a federaciones y clubs, respecto a la obligación de cumplir cuotas de género en las juntas directivas. Y debo reconocer que yo misma he tenido opiniones encontradas. Por un lado, imponer condiciones a las personas que realizan una labor de manera voluntaria es muy peligroso. Pero no podemos caer en el error de leer una normativa sin leer el preámbulo, que es donde está el espíritu real de la norma. Y es éste el que se debe seguir y no cumplir literalmente los artículos, sin más.

¿Por qué no hay más mujeres dirigentes cuando, en realidad, hay más mujeres vinculadas al deporte? En nuestra federación, actualmente hay cinco mujeres en la junta directiva, en un deporte seguramente mal catalogado de femenino. Pero cuando planteas a una persona si quiere sacar adelante con tu equipo y contigo el proyecto de la entidad, esta persona, sea hombre o mujer, tiene las mismas reacciones: satisfacción por la propuesta y preguntar: «¿qué tengo que hacer?» Es curioso que, en un hombre, el orden es el anterior, pero en una mujer la primera pregunta es la de: «¿qué tengo que hacer?» Las preocupaciones son las mismas, pero las prioridades, no.