Opinión | Editorial

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Un cambio para jugar hasta el final

 La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales. 

El prestidigitador José Luis Rodríguez Zapatero ha vuelto a sorprender a todo el mundo con una jugada que tiene un mensaje diáfano: el PSOE y el Gobierno no se rinden y habrá partido hasta el final. Cuando el PP se decidió a pedir las elecciones anticipadas, pensando que Zapatero era incapaz de acabar la legislatura, el presidente del Gobierno tejió un pacto con el PNV y Coalición Canaria que le permite aprobar estos presupuestos y los próximos, agotando así el mandato. Cuando todo el mundo creía que solo cambiaría a un ministro por otro, ante la anunciada salida de Celestino Corbacho en Trabajo, Zapatero se descolgó ayer con el cambio de Gobierno posiblemente más importante desde que llegó al poder en el 2004.

Al explicar la reorganización, Zapatero destacó que pretende mejorar la comunicación de la política gubernamental. Esa es la clave del relevo de María Teresa Fernández de la Vega, que ha desarrollado una ingente labor en la compleja coordinación interministerial y ha ejercido como apagafuegos en las más dispares crisis --la última, el secuestro de tres cooperantes catalanes en el Sahel--, pero cuya tarea como portavoz no ha acabado de colmar las expectativas del presidente.

Para ganar la batalla de la comunicación, Zapatero coloca como primer vicepresidente a Alfredo Pérez Rubalcaba, un peso pesado que sobrevivió al final del felipismo y cuyas capacidades políticas y dialécticas no pueden negar ni sus enemigos más acérrimos. Junto a él estará en el Ministerio de la Presidencia Ramón Jáurgeui, en su día postergado en el Parlamento europeo y ahora recuperado por su talante dialogante. Ambos trabajarán en estrecha colaboración para controlar el declive y el fin de ETA.

El papel del partido

Zapatero ha atendido las alertas internas lanzadas desde el partido, que prevenían de que su política podía llevar al desastre; de ahí la formación de un Gobierno fuerte con algunas figuras de etapas anteriores. Pero, con el relevo de Leire Pajín en la Secretaría de Organización y su ascenso al Ministerio de Sanidad y Política Social, que asume ahora también Igualdad, sacude al mismo tiempo la cúpula del PSOE con la designación de Marcelino Iglesias, un barón regional con experiencia y capacidad para entender las diversas sensibilidades socialistas.

Otro de los mensajes del cambio es un guiño a la izquierda y a los sindicatos, ejemplificado en los nombramientos en Medio Ambiente de Rosa Aguilar --procedente de Izquierda Unida, aunque ya era consejera en la socialista Junta andaluza--, y en Trabajo de Valeriano Gómez , que se había opuesto a la reforma laboral e incluso había participado en la manifestación sindical del 29-S. Este guiño lleva implícito el mensaje de que Zapatero ha tomado las medidas de recorte porque no tenía más remedio, pero que, en cuanto la economía repunte, volverá a la política socialdemócrata y a rescarcir a los más perjudicados por la crisis. Es como recordar que el ajuste es solo un paréntesis, inevitable pero pasajero.

Uno de los análisis más finos del cambio lo hizo ayer Duran Lleida, que reconoció la habilidad de Zapatero, no se privó de destacar la pérdida de peso del PSC -pasa de dos ministros a uno- y afirmó que ahora hay más partido que hace solo unos días. En efecto, al PSC solo le queda una representante en el Gobierno --Carme Chacón, que en Defensa no puede ejercer decuota catalana--, si bien el equipo de José Montilla ha acogido como un revulsivo electoral el reforzamiento del Gobierno del PSOE.

El PP insistió aye en que no hay que cambiar la orquesta, sino al director, y se anotó como un éxito la desaparición de Vivienda e Igualdad. Pero, haciéndole caso, hasta en esto descolocó Zapatero a Rajoy. Lo cierto es que, en privado, el PP reconoce que su supuesto paseo triunfal hasta el 2012 quizá no sea, como mínimo, tan triunfal. Zapatero, por su parte, no debería olvidar que quizá no todo se reduzca a un problema de comunicación.