Una reflexión tras los incidentes del 29-S

Anti ¿qué sistema?

En el mundo contemporáneo coexisten distintos sistemas que se relacionan de múltiples maneras

Anti ¿qué sistema?_MEDIA_2

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CÉSAR ARJONA

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Desde los incidentes del día de la huelga general en el centro de Barcelona se ha vuelto a poner el énfasis en una etiqueta que lleva de moda un tiempo: la de antisistema. Reconozco que cada vez que escucho la palabra antisistema no sé muy bien de qué se está hablando. Primero porque no sé qué es el sistema. ¿Nos referimos al capitalismo global? ¿Al Estado? ¿Nos referimos al sistema jurídico? ¿A la policía? Tampoco entiendo muy bien qué quiere decir el prefijo anti. ¿Quiere decir que se tienen opiniones contrarias al sistema? ¿O quiere decir que se presenta una alternativa al sistema? ¿O significa que se pasa a la acción mediante la oposición violenta contra algo que se supone que representa al sistema?

Fíjense en que según cómo combinemos las posibilidades el resultado puede ser muy distinto. Así, si por sistema entendemos el capitalismo global y por anti la crítica del mismo, entonces tal vez debamos llamar «antisistema» a un intelectual que critica y cuestiona los mecanismos económicos, políticos, jurídicos, etcétera, que controlan el mundo que nos ha tocado vivir. Si eso es así, yo conozco bastantes profesores universitarios que son antisistema, a pesar de que no los vea, la verdad, liándose a pedradas contra las fuerzas del orden. O tal vez cuando decimos «antisistema» nos referimos a unos chavales con pocas ganas de estudiar y menos de trabajar que se divierten quemando contenedores y destrozando escaparates. En fin, esto es algo manifiestamente distinto de lo anterior, ¿verdad?

¿O tal vez los antisistema sean los okupas? ¿Son antisistema los juristas que justifican al movimiento okupa a partir del artículo 47 de nuestra Constitución, donde además de recogerse el derecho a la vivienda se conmina a los poderes públicos a que regulen la utilización del suelo con el fin de «impedir la especulación»? ¿Es el sistema una economía nacional que, a sabiendas de todos, se ha basado de manera insostenible en la especulación inmobiliaria? Si ese es el sistema, durante los últimos años hemos oído y leído bastantes opiniones de autoridad que deberían ser calificadas de antisistema. Por cierto, también las opiniones de la doctrina jurídica estuvieron en su día mayoritariamente en contra de que se criminalizara la actuación de los okupas pacíficos, una opción de política criminal por la que optó el Código Penal de 1995, provocando incluso disparidad de interpretaciones en sede judicial. Por contraste, ¿qué pasa en los países del norte de Europa en los que las autoridades pactan con los okupas otorgándoles cierta protección jurídica en el caso de que habiten y adecenten edificios abandonados?, ¿son allí los okupas elementos antisistema o prosistema?

Lo más grave de todo esto, más allá del uso y el abuso de la etiqueta antisistema, es que esta lleva una trampa encerrada, que es la de suponer que hay un sistema frente al que algunos están reticentemente en contra, cuando en realidad no es así. No hay un sistema. Como nos dice la moderna teoría de sistemas aplicada a las ciencias sociales -intelectuales como Niklas Luhmann Gunther Teubner-, en el mundo contemporáneo no hay que hablar de sistema, sino de sistemas. La sociedad global es esencialmente fragmentaria, y en ella coexisten distintos sistemas que, animados por sus respectivas (y distintas) racionalidades, se relacionan de múltiples maneras, desde la convivencia hasta el enfrentamiento, pasando por la ignorancia mutua.

La retórica del sistema (pro y anti) viene de un mundo ya antiguo, en el que las relaciones sociales de todo tipo, incluidas las jurídicas y políticas, podían entenderse integradas dentro de una pirámide jerárquica. Eso era el sistema, y debía resultar muy satisfactorio sacar pecho declarándose contrario al mismo. Cada país era una pirámide, y era autónoma, y a grandes rasgos eso es a lo que en Derecho y en relaciones internacionales hemos llamado soberanía. Pero si alguna vez las cosas han sido así, ahora ya no lo son, como un mero vistazo a la literatura contemporánea en ciencias sociales y filosofía política (por no decir un mero vistazo a la prensa del día) nos confirma una y otra vez, a pesar de la resistencia que algunos quieren oponer. El concepto de soberanía ha explotado, los territorios ya no son criterio para medir muchas cosas, las pirámides han chocado y se han colapsado.

Para los que les gusta la retórica política (y estos días pasados, con la huelga, de eso hemos tenido hasta hartarnos), eso quiere decir que las cosas son más complicadas de lo que creíamos. Las etiquetas se nos han mezclado todas, ya no nos valen, y lo que hace falta ahí es más raciocinio y menos retórica. Así que, si alguien se adscribe orgullosamente a ser un antisistema, ocupémonos de preguntarle de qué sistema es anti. Y, más importante aún, cuidémonos mucho de ponerle a nadie la etiqueta si no estamos seguros de qué quiere decir. Nos protegeremos de dos riesgos opuestos: el de atacar con prejuicios simples a quien arguye buenas razones, y el de darle demasiada importancia a quien en realidad no la tiene.