La evolución política de una región conflictiva

Europa, ante el espejo balcánico

Las nuevas democracias reflejan los problemas de la UE, tal vez magnificados y distorsionados

Europa, ante el espejo balcánico_MEDIA_2

Europa, ante el espejo balcánico_MEDIA_2

JORDI VAQUER

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Con menos de una semana de diferencia nos llegaron dos noticias aparentemente contradictorias de Belgrado: la normalidad con la que Serbia llegó a los 10 años de la caída deMiloseviccontrasta con las imágenes de loshooligansultranacionalistas enfrentándose con inusual dureza a las fuerzas del orden que protegían a una manifestación revindicando los derechos de los homosexuales. Por cada participante en esa marcha, hubo cinco policías y seis manifestantes en contra. Conviene fijarse en lo fundamental: a diferencia de lo que pasó otras veces, la marcha pudo ser llevada a cabo hasta el final y el Gobierno se puso del lado de los manifestantes, no solo defendiéndoles con la policía, sino incluso con la participación del ministro para los Derechos Humanos al lado, por cierto, del jefe de la delegación de la UE en Serbia.

Los eventos de Belgrado son un buen reflejo de la situación general en la región: un progreso espectacular queda empañado por bolsas de resistencia al cambio, conflictos que parecen no tener solución y retos que amenazan con una vuelta atrás. Pero conviene hacer un repaso al cambio enorme que han experimentado los países de los Balcanes. Bosnia y Herzegovina, por ejemplo, pasó en 10 años de 400.000 hombres armados en milicias enfrentadas entre sí a un Ejército multiétnico de 10.000 soldados que participan en misiones de paz. Las ciudades de los Balcanes son tan seguras como las de la mayor parte de Europa: la tasa de homicidios de Bosnia y Herzegovina está por debajo de la de Finlandia, la de Serbia es menor que la de Canadá. Albania, que estuvo al borde del caos absoluto hace poco más de una década, ha reducido la pobreza a menos de la mitad. En Kosovo, el país más joven de Europa, los serbios, que hace apenas cinco años no osaban salir de sus pueblos, barrios y monasterios, circulan ahora por todo el territorio. También en Serbia, en Macedonia, en Montenegro y, sobre todo, en una Croacia a las puertas de convertirse en el 28 estado miembro de la UE, los problemas innegables de la población y de la política (pobreza y paro, corrupción y nepotismo, populismo y xenofobia) no distan tanto de los que sufrimos en países ya miembros de la UE.

No todo es positivo. En todos los países de la región existen fuerzas contrarias al cambio. Las fronteras de Serbia, Bosnia y Kosovo siguen en disputa, aunque esta transcurre ahora por canales políticos y diplomáticos. La principal preocupación es Bosnia y Herzegovina, donde la campaña electoral que acabó hace dos semanas estuvo marcada por discursos radicales y nacionalistas que presagiaban lo peor. Los resultados de las elecciones, con mayor participación de la esperada, demuestran el avance de los moderados, que consiguieron la elección de dos de los tres miembros de la presidencia conjunta y que le dieron al Partido Socialdemócrata, contrario a la división comunitaria de la política, su mejor resultado hasta la fecha. Como pasó en Serbia tras la independencia de Kosovo, los ciudadanos de Bosnia y Herzegovina reaccionaron a la subida de tono del discurso nacionalista con una mayor movilización a favor de opciones moderadas y europeístas. En cuanto a Kosovo, la opinión del Tribunal de Justicia de La Haya del pasado mes de julio, que niega que la declaración de independencia de Kosovo sea ilegal, ha impulsado al Gobierno de Serbia a apostar por las negociaciones directas, en abierto desafío a los sectores ultranacionalistas.

El populismo y las amenazas a la democracia no son patrimonio exclusivo de los países con un conflicto territorial. En Albania, Macedonia y Montenegro repuntan acciones poco democráticas por parte de los propios gobiernos que abusan de recursos populistas y buscan consolidar su poder incluso a costa de erosionar la libertad de expresión, la independencia del poder judicial, la limpieza de las elecciones y otros principios básicos de la democracia. Después de 10 años de progreso admirable, la UE y sus estados miembros no pueden hacer la vista gorda ante estas tendencias antidemocráticas.

Los Balcanes siguen teniendo elementos de peligro y preocupación, pero no son ni mucho menos un agujero negro de desesperación e inseguridad. Sus problemas se parecen cada vez más a los de los estados miembros de la UE. ¿Corrupción? Les invitamos a leer la prensa española. ¿Auge del populismo? Véanse los resultados en las elecciones suecas y holandesas. ¿Trato a los gitanos? Tomen nota de lo que pasa en la República Checa o en Francia. ¿Homofobia? Pregunten al Gobierno letón o a los homosexuales italianos. ¿Amenazas a una información plural? Pásense por Eslovaquia o por Italia.

Como un espejo convexo, los Balcanes reflejan los problemas de Europa, tal vez magnificados y distorsionados, pero reales al fin y al cabo. Por eso, a la vez que contribuimos a las reformas y a consolidar las jóvenes democracias balcánicas, no podemos olvidar que también en los países de la UE la democracia es un bien preciado por el que no podemos dejar de luchar. De eso podemos aprender, y mucho, con los incansables y valientes demócratas de los Balcanes.

Director del Cidob.