Dos miradas

Sara y los gitanos

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Pocas veces me he emocionado tanto en un teatro como la noche que vi Kaló, un espectáculo de Maurice Durozier, hace ahora 15 años. Era una historia de gitanos. Una mujer mayor, Suki, mitad narradora, mitad bruja, viaja con un carro y extrae de una pequeña bolsa de piel los cuentos que va a contar a lo largo del espectáculo. Enseña las idas y venidas de su pueblo, a través de los siglos y del periplo que la lleva desde Rumania hasta la Camarga, en la desembocadura del Ródano. El montaje de este francés, discípulo del Théâtre du Soleil de Ariane Mnouchkine, termina cuando Suki llega a la iglesia de las Santas Marías de la Mar, y deja la bolsa detrás de la estatua de Sara, santa que no está en el santoral católico pero que es venerada por los gitanos como la diosa tutelar: Sara la Kalí. Entonces, una niñita se acerca a la estatua y, sin que nadie la vea, roba la bolsa donde continua habiendo las historias seculares, ofrecidas para que las vuelva a contar con otra voz.

Años después de ver Kaló fui a las Santas Marías y entré en la iglesia fortificada y, en la oscuridad, di con Sara, ennegrecida y coronada, vestida con una capa dorada que esconde más capas, un abarrocamiento naif y poderoso. Cada mes de mayo, miles de gitanos se acercan hasta ahí para reconocer de nuevo los orígenes y mantener la tradición en estas marismas de la Provenza. ¿Lo sabe, todo esto, el señor Sarkozy? ¿Lo sabe, este pobre Napoleón ignorante?