33 comunicadores, 33

No puedo quitarme de la cabeza la visión de futuro que tuvieron los mineros chilenos al redactar la famosa primera nota que certificaba su frágil supervivencia. Se ha cumplido un mes del hundimiento y medio de la excelente noticia, y sigo pensando que la idea es tan buena que parece mentira que fuera pensada y escrita en condiciones tan precarias. El hecho de redactarla con una curiosa y anárquica combinación de mayúsculas y minúsculas, con caligrafía estable y legible sobre un fondo de cuadrícula, provocó la inmediata aparición de camisetas que reproducían esa débil y tan valiosa prueba de vitalidad. Ya lo sabemos: hoy todo es susceptible de convertirse en mercancía. Pero la habilidad de los mineros sepultados radica en que llegaron a un máximo nivel de concreción con un mínimo de recursos expresivos. Por eso la frase es poderosa: ayuda a construir la epopeya con una aportación lingüística que ya estará registrada como título de la película que tarde o temprano se filmará.

«Estamos bien en el refugio los 33» pervierte la sintaxis canónica (que en Latinoamérica es habitual), desplaza el sujeto para resaltar el presente del verbo y la esperanza del adverbio. Cita el lugar desde donde se envía la misiva, y al final aclara con el plural la cifra mágica. Y, sobre todo, no incluye signos de admiración. Qué capacidad de imantación, qué maravilla de economía expresiva, qué puñetazo a la grandilocuencia.