El futuro de Catalunya

La trampa del derecho a decidir

El giro soberanista es una argucia de CiU, que en el fondo quiere volver a la época del 'peix al cove'

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JOAQUIM Coll

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Hay expresiones que de forma imprevisible hacen fortuna, a menudo no tienen un significado muy preciso y se prestan, por tanto, a interpretaciones diversas. Desde hace unos años el derecho genérico a decidir sobre lo que sea se ha transformado en una reinvención bastante descafeinada de la vieja consigna favorable a la autodeterminación de Catalunya, exigencia que, recordemos, cayó progresivamente en desuso cuando se culminó la transición. La normalidad democrática convertía esta demanda en un tanto absurda porque los catalanes pasamos a elegir periódicamente entre partidos y coaliciones más o menos autonomistas, nacionalistas o federalistas.

El panorama político catalán empezó a cambiar en 1999 y, sobre todo, lo hizo en el 2003, cuando ERC se alzó con 23 diputados autonómicos y el PSC ganó por segunda vez las elecciones en número de votos, pudiendo en esta ocasión formar Gobierno mediante un acuerdo tripartito de izquierdas. La nueva ERC liderada por Carod-Rovira no escondía su independentismo aunque sabía que su deseo no se iba a materializar pasado mañana ni al otro. CiU se fue a la oposición, desacreditada entre su electorado más nacionalista por ocho años de pactos con un PP rabiosamente españolista. El resultado fue, por un lado, que los socialistas catalanes, durante muchos años vilipendiados por su vínculo con el PSOE, pasaron a ocupar una parte sustancial de la centralidad catalanista, y, por otro, que ERC se convirtió en una opción electoral útil que combinaba radicalidad independentista y pragmatismo político.

De esta manera, el famoso pal de paller que Jordi Pujol había construido hábilmente durante dos décadas sufrió un duro revés. El partido mayor de la federación nacionalista, CDC, tuvo que encontrar nuevos argumentos y, a partir del 2006, pensó ni más ni menos que en refundar el catalanismo. Al año siguiente, Artur Mas convocó la casa gran y mediante un juego de palabras decidió que había llegado el momento de «sustituir la defensa de la autonomía o del autogobierno por el derecho a decidir en todo aquello que nos es propio», solemnizó. Se trataba de una fórmula copiada del nacionalismo vasco, que podía expresar una gran radicalidad política por la mañana pero que a nada comprometía por la noche. Con ello Mas daba por superado el autonomismo pero sin avalar un proyecto político independentista. De esta forma, los convergentes pretendían, agitando las aguas del catalanismo, desplazar de la centralidad al PSC y robar una parte del perfume rupturista a ERC. Aunque con ello favorecían, como así ha sido, el crecimiento sociológico del independentismo.

Visto en perspectiva, los dirigentes de CDC han demostrado ser hábiles ilusionistas. Las circunstancias les han sido favorables. La foto final que hoy nos queda de todo el proceso de reforma estatutaria es la de un sonoro fracaso, aunque es una imagen falsa, alimentada por los intereses políticos de unos y la miopía de otros. La manifestación multitudinaria del pasado 10-J fue el apogeo de esta nueva consigna sin duda atractiva pero radicalmente vacua llamada derecho a decidir. Porque en realidad esta fórmula por ella misma no conduce a ningún sitio. Reclamar la autodeterminación solo tiene sentido si se tiene verdadero interés en ejercer este derecho con el fin de romper, separarse, en este caso del resto de España. Pero si no se tiene un proyecto político independentista, como es el caso de CiU, solo sirve entonces a otros objetivos, puramente de márketing electoral. Imagino que los independentistas auténticos no esperan a que se cambie un día la Constitución para incluir tal derecho y entonces poder ejercerlo. Aquellos que en realidad desean la secesión, sean de derechas o de izquierdas, luchan por conseguir una mayoría social y política en el Parlament de Catalunya que un día les permita proclamar la separación de forma unilateral para luego ratificarla en referendo. Todo lo demás es marear la perdiz.

A mi modo de ver, el banderín de enganche del derecho a decidir que esgrime ahora CiU significa el paso del autonomismo siempre insatisfecho que durante 23 años practicó con gran maestría Pujol a la retórica soberanista pero impotente de Mas. Por eso este giro soberanista no es más que una argucia, una trampa, mediante la cual oponerse a la propuesta federal de los socialistas. Pese a la firmeza política de José Montilla, es cierto que al socialismo catalán le ha faltado potencia discursiva. Además, las voces que dentro del PSC proponen romper con el PSOE reflejan desorientación y cierto complejo de inferioridad frente al nacionalismo. Mientras tanto, la oferta electoral del independentismo se ha fragmentado a causa de rivalidades personales, y es por la derecha donde a ERC le aparece ahora un serio competidor: el secesionismo populista de Joan Laporta. Todo apunta a que el principal beneficiario de esta división será CiU. Los convergentes tendrán que seguir pescando en las aguas del radicalismo, con propuestas como la del concierto económico, aunque en el fondo no desean otra cosa que volver a los buenos tiempos del «peix al cove». Tendremos tiempo para irlo comprobando.

Historiador.