Gente corriente

Daniel Gil: «Todo lugar abandonado es un viaje al pasado»

 Explorador urbano. Este empleado municipal dedica su tiempo libre a entrar en lugares abandonados. Los fotografía y los preserva del olvido.

«Todo lugar abandonado es un viaje al pasado»_MEDIA_2

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NÚRIA NAVARRO

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Lleva una doble vida Daniel Gil (Barcelona, 1983). Es encargado de zona azul, pero tiene una afición cuanto menos sorprendente: entra en lugares abandonados, los fotografía con su cámara Sony Alpha 350 y cuelga los hallazgos en su blog (ultima-visita.com). No es el único explorador urbano. Unas 1.400 personas de toda España están registradas en el foro del Club Cela, al que pertenece. Aunque solo una selecta minoría le acompaña en sus expediciones.

-Hace tres años entré en mi primera fábrica abandonada, una panificadora de Mataró. Allí estaban los ordenadores, la maquinaria, incluso la harina en perfecto estado. Dentro se había congelado el tiempo. Aquel espacio me impactó. Tanto, que aún no he colgado las fotos en internet. Decidimos guardar el máximo secreto sobre su ubicación.

-¿Decidimos?

-No es recomendable entrar solo en lugares abandonados. Se puede venir abajo un suelo o un techo. Suele estar oscuro, vamos con linternas.

-Suena emocionante.

-En Londres pudimos visitar un hospital, el Harold Wood Hospital, que había dejado de funcionar hacía seis años. El vigilante nos dejó entrar. Tenía varios pabellones y paseamos por los quirófanos, la sala de autopsias, las habitaciones, la morgue.

-¿Algún sitio menos sombrío?

-Hemos entrado en discotecas, en alguna mansión, en hoteles abandonados. Una vez me colé en un hotel que tenía las camas hechas, los platos sucios apilados en la cocina, las botellas de licores llenas en la despensa.

-¿Lo que hace es legal?

-No deja de ser una propiedad privada. Pero tenemos unas normas estrictas que nos distinguen de los que entran para robar, destrozar o montar fiestas ilegales.

-¿Qué normas son esas?

-La primera es no revelar nunca la localización del sitio con el fin de protegerlo. Porque la línea que separa la exploración urbana del vandalismo es muy delgada. Nosotros solo nos llevamos material fotográfico.

-Poco más se podrían llevar, ¿no?

-No crea. Una vez entramos en un castillo que llevaba cerrado desde los años 50 y en la capilla había tallas de madera de santos y vírgenes. Les hice fotos y me fui entristecido ante la posibilidad de que detrás de mí hubiera alguien que se los llevara.

-Eso le honra.

-Por mi trabajo, tengo muy claro que las normas hay que cumplirlas. Nosotros incluso velamos por preservar el patrimonio. Uno de los exploradores encontró en una fábrica un álbum de fotos antiguas y lo llevó a un archivo de memoria histórica.

-Intrusos con conciencia.

-Intentamos pasar desapercibidos y entrar por aberturas naturales. Nunca forzamos puertas ni ventanas, no hacemos ruido, dejamos todo tal cual lo encontramos.

-Oiga, ¿cómo dan con esos lugares?

-Hemos encontrado algunos alucinantes a través de Google Earth. Con el rastreador puedes localizar una fábrica con el techo roto, o saber si una empresa está abandonada porque se ven coches aparcados en el vado.

-Sitios comidos por el polvo y la maleza.

-Todo lugar abandonado es un viaje al pasado. Mirando los calendarios ya sabes el año del cierre. A menudo encuentras libros de contabilidad, facturas, albaranes. Luego está el olor de esos lugares...

-¿A qué huelen?

-A humedad, a viejo. Y está el silencio, que es un silencio con pisadas, puertas que se abren, cajones que se cierran. Atravesado por franjas de luz natural, a menudo oblicuas.

-Dará miedo...

-Más bien incógnita. A veces te pegas algún susto, sí. Una vez giré por un pasillo y me tropecé con la imagen de un hombre. Era yo mismo reflejado en el espejo de un lavabo.

-Al menos no era un fantasma.

-Nunca vi uno. Hay quien ha empezado en esto por las psicofonías.

-No es su caso.

-A mí lo que emociona es hacer fotos y, si es posible, averiguar la historia del lugar. Colgué imágenes de un internado de Tarragona y me escribió gente que había estado allí para contarme las torturas que les inflijían. También me escribió el dueño de una fábrica de Eibar, para reñirme primero, felicitarme después, y corregir datos que yo daba en la web.

-¿Por qué se olvidan los lugares?

-A veces por conflictos de herencia. Dicen que el matadero de Tordera era de tres personas, murió una y no hubo acuerdo entre las otras dos.

-¡Eh, ha revelado el nombre!

-Solo porque ya está destrozado.