El neoliberalismo en el mundo musulmán

Batallas propias en guerras ajenas

Aznar debiera adaptar su mentalidad estratégica a las opciones más eficaces en Oriente Próximo

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FRANCISCO Veiga

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Si se busca bien por las librerías de Tel Aviv o Jerusalén, es posible encontrar todavía algún ejemplar del último libro de Vali Nasr, titulado El auge del capitalismo islámico: por qué la nueva clase media musulmana es la clave para derrotar al extremismo, obra publicada este mismo año y que, al parecer, se ha vendido bastante bien en Israel. El brillante autor, de origen iraní y profesor en varias instituciones académicas norteamericanas, sintetiza de manera muy clara lo que ya estaba siendo más que evidente aquí y allá. Es posible detectarlo bajo una cierta diversidad de manifestaciones, desde el movimiento del turco Fehtullah Güllen, que se extiende por el Asia central exsoviética y que recuerda al Opus Dei del mundo católico, hasta las desenfadadas pláticas del telepredicador egipcio Amr Jaled. El mensaje viene a ser el mismo en todos los casos: si quieres ser un buen musulmán, funda un negocio que funcione, haz dinero y crea empleo. Por supuesto, la encarnación más brutalmente exitosa del fenómeno es Dubái, cuyo PIB creció un 267% entre 1995 y 2008, mientras sus exportaciones lo hacían un 575% en ese mismo periodo. Incluso en Irán, ADPDigital, Karafarin Bank, Saman, el Grupo Alidad, Ruzaneh y Pars Online son las estrellas más brillantes de una constelación de grandes y modernas empresas privadas que le disputan territorio a la economía del Estado teocrático.

Este neoliberalismo musulmán se encuadra y expresa de formas diversas, y comienza a tener sus propios códigos culturales, como se puede leer en un libro divertido que pasó injustamente desapercibido para el lector español: Muhayababes, de la joven periodista británica Allegra Stratton. El problema de esta obra es que fue escasa y mal reseñada; porque el asunto central no es la obsesiva cuestión del velo en Oriente Próximo. Va mucho más allá, y el título hace referencia a ese nuevo prototipo de mujer musulmana, que extrae modernidad de la tradición y no deja de ser la figura triunfadora de la nueva clase media femenina.

En cualquier caso, como escribe Vali Nasr, la clave para arrinconar al fundamentalismo islamista está ahí, en el nuevo neoliberalismo musulmán. Y, lógicamente, esta tendencia es alentada e incluso fomentada desde Occidente. Fethullah Gülen no vive en Turquía, sino en Pensilvania, en el corazón de Estados Unidos, y desde allí maneja su organización. Amr Jaled se exilió a Londres cuando tuvo problemas con el Gobierno egipcio. ¿Qué decir de Dubái? Atrae inversiones occidentales, y hasta la gigantesca empresa Halliburton decidió hace tres años dividir sus cuarteles generales entre Houston y Dubái. También Moscú invierte en la formación religiosa, y la vez técnica y académica, de los jóvenes musulmanes del Cáucaso Norte y Tartaria a través de una serie de universidades y centros de enseñanza islámicos moderados.

Es comprensible que a un político occidental de izquierdas no le acabe de hacer mucha gracia eso del neoliberalismo islámico. Pero es que las síntesis teóricas entre socialismo e islamismo andan de capa caída. En cambio, resulta mucho más eficaz y sencillo recordar las palabras de Mahoma: «Al-kasib habiballah». Es decir: «El comerciante es el amado de Dios».

Por todo ello resulta tan chocante la presencia de José María Aznar en Jerusalén poniendo en solfa al presidente Obama y defendiendo opciones globales de confrontación con el mundo islámico, tesis de la era de George Walker Bush. Se supone que un líder neoliberal occidental, lo que es Aznar en teoría, debería estar adaptando su mentalidad estratégica a las opciones más rentables y eficaces. Incluso el mismo Netanyahu, bien conocido por sus posiciones ultramontanas, está poniendo toda la carne en el asador -con el apoyo de Obama, precisamente- para negociar con la Autoridad Nacional Palestina; lo cual, si tiene éxito, supondrá apoyar a la nueva clase media palestina, que deberá vertebrar al nuevo Estado centrado en Cisjordania.

Es evidente que al actual Gobierno israelí y al Congreso Judío Mundial ya les viene bien que un José María Aznar -entre otros-cumpla con su papel en la claca, haciendo la figura de ser más papista que el Papa, y cercano ya a la órbita ideológica del ultraderechista ministro israelí de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman. Comportarse como carne de cañón de opciones políticas extranjeras no es nada nuevo para el expresidente de Gobierno español: recordemos que seguía defendiendo la existencia de armas de destrucción masiva en Irak cuando hasta el mismo Bush ya había admitido que no se habían encontrado.

Es comprensible que Aznar exprese una vez más su frustración ante al tremendo patinazo que cometió el 11-M, aunque eso no hace sino reafirmar su imagen de líder retirado y, como en marzo del 2004, mal informado. Pero, sobre todo, la anécdota ilustra los riesgos que supone pelear las batallas propias en lejanas, incontrolables e indescifrables guerras ajenas.

Profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.