El problema medioambiental

Un verano de fuego y agua

Hay que reponer la lucha contra el cambio climático, solapada por la crisis, en la agenda de riesgos globales

JOSEP Borrell

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Después de Copenhague, el cambio climático parece haber desaparecido de la agenda política internacional . Como si las proclamas que advertían del gran peligro que se cierne sobre el futuro del planeta hubiesen perdido su razón de ser ante la falta de acuerdo sobre cómo hacerle frente.El sopor veraniego borró de la actualidad el relativo fracaso de la Conferencia Internacional sobre el Clima celebrada en Bonn la primera semana de agosto y preparatoria de la próxima cumbre de Cancún. Pero la proliferación de catástrofes naturales relacionadas con las alteraciones climáticas debería recordarnos su trascendencia.

Rusia se quema y Pakistán se ahoga. En Rusia, el fuego impulsado por un calor tórrido ha destruido un millón de hectáreas de bosque. En Pakistán, un monzón excepcionalmente violento causa inundaciones que afectan a una cuarta parte de su territorio, desplazan a 15 millones de personas y provocan una catástrofe humanitaria. Más cerca de nosotros, Portugal ha vuelto a arder y, más lejos, la India y China también sufren inundaciones mientras la sequía provoca otra crisis alimentaria en Níger.

Otras catástrofes, como la de Haití, ya han desaparecido de las pantallas, aunque no se hayan reparado sus consecuencias ni cumplido las promesas de ayuda hechas bajo el impacto emocional causado por la tragedia.

Cierto es que nadie puede probar que los daños causados este verano por el fuego y el agua sean una consecuencia directa del cambio climático. Pero los climatólogos nos han dicho que el calentamiento global va a «aumentar la frecuencia de temperaturas extremas (como las de Rusia) y de fuertes precipitaciones (como las de Pakistán)».Por ello, el cambio climático no debería desaparecer de la agenda de la gobernanza global, después del pico de atención que se levantó en Copenhague y de la frustración que causaron los resultados de esa cita.

La crisis económica ha influido cambiando radicalmente las prioridades y concentrando la atención en los problemas del corto plazo. En Bonn, la defensa de los intereses particulares de cada grupo de países sirvió para cuestionar los avances de Copenhague más que para avanzar hacia un acuerdo global vinculante en Cancún. El propio secretario general de la ONU reconocía desde el Pakistán inundado que Cancún podría ser un nuevo fracaso de las negociaciones climáticas.

Estamos muy, muy lejos de alcanzar el objetivo, por todos asumido, de limitar el aumento de temperatura en dos grados. Los compromisos anunciados hasta ahora por los países industrializados solo permitirían alcanzar la mitad de la reducción de las emisiones que les corresponderían. Y si esa es la contribución a la que están dispuestos los principales causantes del problema, es ilusorio esperar un mayor compromiso de los países en desarrollo.

Pero además, como se discutió en Bonn, esos compromisos no son solo insuficientes, sino que tienen trampa. O, dicho de una forma menos abrupta, los podrán conseguir sin una reducción real de sus emisiones gracias a los elementos de flexibilidad que ya contenía el Protocolo de Kioto. Por la gran cantidad de permisos de emisión concedidos a Rusia, de acuerdo con su pasada potencia industrial, que puede inundar el mercado del carbono disminuyendo el precio de esos permisos y desincentivando, por tanto, el desarrollo de energías alternativas. Por los créditos concedidos en contrapartida de la gestión de bosques, por las emisiones de momento no contabilizadas de la aviación y por el Mecanismo de Desarrollo Limpio que permite a los países en desarrollo obtener bonos de carbono financiando proyectos en países en desarrollo.

A pesar de todos los esfuerzos, la reducción de emisiones conseguida en los últimos 17 años (1990-2007) es más bien escasa. Y los datos presentados en Bonn aportan algunas sorpresas. Francia, por ejemplo, que presume de la reducción de emisiones que le permite su gran desarrollo nuclear, resulta que tuvo las mismas emisiones en el 2007 que en 1990.

Reducir las emisiones en un 20% en los 10 próximos años o dividirlas por cuatro en el 2050 es difícil, pero no imposible. Para conseguirlo haría falta un precio adecuadamente alto de los derechos de emisión y cambiar las formas de producción y consumo energético.

Pero las consecuencias de las catástrofes climáticas no solo tienen que ver con el clima. El modelo de desarrollo no solo provoca el cambio climático, sino que amplifica sus consecuencias. Los datos presentados en Bonn son reveladores: 1.000 millones de personas viven en construcciones precarias situadas en terrenos inestables o zonas inundables, 400 millones de personas viven en zonas costeras de muy poca altura, en algunos casos bajo el peligro de aumentos del nivel del mar de solo algunos centímetros.

Hay que reponer el cambio climático en la agenda de los riesgos globales. Un buen propósito, ampliamente justificado por los desmanes del fuego y del agua en nuestro plácido verano. Presidente del Instituto UniversitarioEuropeo de Florencia.