La rueda

El turno de los miserables

JOAQUIM Coll

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No hay duda de que la mejor noticia de este verano ha sido la liberación deAlbert VilaltayRoque Pascual tras nueve meses de cautiverio en manos de Al Qaeda. Pero la felicidad general ha durado poco, porque rápidamente han aparecido los que con una buena noticia son capaces de construir un relato lleno de reproches tanto de orden político como moral. Primero, contra la actuación del Gobierno español y, segundo, descalificando el trabajo de la oenegé Barcelona Acció Solidària, impulsora de la caravana víctima de la acción terrorista.

El dirigente del PPGustavo de Arístegui no ha dudado en acusar aZapaterode favorecer y financiar la industria del secuestro y del crimen por haber pagado presumiblemente un rescate y haber mediado en la excarcelación de un mercenario. Se trata de una crítica hipócrita porque todos los países europeos, al margen de su color político, han aceptado el pago de rescates y facilitar el intercambio de prisioneros. Es absolutamente legítimo negociar con terroristas siempre que no se planteen exigencias políticas. Oponerse invocando razones de Estado no deja otra alternativa que el peligroso camino de la acción militar. Al milhombres deSarkozyle falló fatalmente la operación para liberar al cooperanteMichel Germenauy capturar a sus secuestradores, y eso explica lo mal que encajó, en principio, el éxito español, aunque más tarde rectificara rápidamente felicitando aZapateropor carta.

El segundo frente de críticas iba dirigido al sentido de la caravana y, por tanto, contra los mismos cooperantes, las víctimas, a quienes algunas voces han acusado de frívolas y de ponerse al volante de una caravana benéficapijoprogre. Son descalificaciones muy injustas porque ignoran deliberadamente el trabajo que esta entidad lleva a cabo desde hace una década en el norte de África, esencialmente de apoyo logístico a proyectos de otras oenegés, algo que da sentido a una caravana protagonizada por cooperantes voluntarios. Y es que, incluso después de una buena noticia, no nos libramos del turno de los miserables.