El epílogo

Reconstruir los puentes

ENRIC Hernàndez

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Para los partidos, instituciones y ciudadanos que hace cuatro años refrendamos el Estatut, solo una sentencia podía haber resultado del todo satisfactoria: la que avalara su plena constitucionalidad. Una hipótesis que, a qué engañarnos, resultaba a todas luces inverosímil, no solo por la ingente cantidad de preceptos impugnados por el PP, sino por la propia composición del Constitucional.

El fallo aprobado ayer, con el resultado de 14 artículos abolidos y otros 23 sujetos a interpretación (con toda seguridad, a la baja), tal vez hubiera sido más digerible por los catalanes de haberse dictado mucho antes, y sin tantos aspavientos. Cuatro años de recusaciones, conspiraciones y filtraciones interesadas, todas ellas acontecidas en un tribunal parcialmente caducado y dudosamente legitimado, son demasiadas vicisitudes como para esperar que Catalunya acate sin más una sentencia cuyo redactado aún puede deparar sorpresas negativas.Si le sumamos a ello la inminencia de las elecciones al Parlament, resulta más fácil interpretar la airada reacción de ayer del president José Montilla, que sorprendió más en las filas del PSOE que en las del PSC, y la del resto de líderes políticos que respaldaron la ley básica catalana.

Institucionalmente, recae sobre Montilla la responsabilidad de encabezar una respuesta serena a la sentencia. Una respuesta política y cívica que, lejos de dinamitar los puentes con el resto de España, contribuya a reconstruirlos. Muchos son los desperfectos causados por quienes, vindicando la unidad de España, promueven su disolución, y no pocos quienes en Catalunya pretenden sacar tajada. Será ardua, pues, la misión de recomponer el pacto político que cristalizó en el Estatut, e imposible si el Gobierno del PSOE no pone algo de su parte.

Los pecados catalanes

Queda pendiente, por cierto, el análisis sobre los pecados cometidos por la clase política catalana. Adelantemos dos: haber convertido la confección del Estatut en una alocada puja y haber sugerido luego a los ciudadanos que, una vez votado, este era inmutable. Llegó la penitencia.