Los retos planteados por la crisis económica

Un Gobierno de ampliación

Un Ejecutivo con más apoyos parece imprescindible para llevar hacia adelante a este país

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JORGE M. Reverte

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La cosa ha dejado hace ya tiempo de estar para bromas. Los mensajes que nos envía el Gobierno desde el Parlamento o desde las sedes del partido que lo sostiene son siempre tranquilizadores, pero los acontecimientos no tanto. Llevamos dos años inmersos en una profunda crisis económica contra la que se anuncian medidas cada semana, y cada vez se siente más que nos acercamos al abismo. ¿Nos acercamos o iniciamos ya la caída libre? ¿Cabe hacer algo para detenerla y volver a una situación estable que permita recomponer la situación económica?

Desde el punto de vista global, lo cierto es que cualquiera que fuera el Gobierno de nuestro país lo tendría muy difícil. Somos un pequeño eslabón en la cadena mundial. Ya ni siquiera podemos presumir de ser la octava economía; sin darnos cuenta hemos bajado peldaños, superados por otros que gozaban de fundamentos más sólidos. Desde el punto de vista global, la única acción que le queda a España es acompañar las que emprendan los grandes conductores de la política: desde EEUU hasta la UE, encabezada por Alemania.

Y la norma, para todos, va a ser la misma: austeridad en el gasto para recortar el déficit de las cuentas de todos los estados, de todos. ¿Cómo se puede abordar semejante reto? Las cuentas dejan pocas capacidades de acción: bajando el gasto, porque los impuestos dan para pocas subidas. Por mucho que se creen tasas especiales para los más pudientes, las recaudaciones vienen siempre del mismo sitio en los países desarrollados, de los asalariados, de las clases medias, de los que pagan el IRPF. Pero no hay mucha capacidad, a la vista del desempleo, para aumentar los impuestos. ¿Solo por eso? No, por algo más importante, y es que el ajuste que ahora provoca tanto escándalo ya se ha producido entre los trabajadores que están fuera de la influencia directa del Estado. Ya ha habido bajadas salariales importantes, y reconversiones.

Al Gobierno, y le habría pasado a cualquier Gobierno, solo le queda bajar los sueldos a los funcionarios, y recortar de donde se pueda, aun a riesgo de incrementar las cifras de desempleados, porque se recorta la inversión. Es en ese sentido en el que se expresan todos los que juzgan desde fuera las medidas españolas: han sido valientes y oportunas, aunque tardías. Valientes, no hay que exagerar, porque no cabía otra opción, y el ejemplo de Grecia nos da pistas de lo que le puede suceder a un país que no entre por el aro. Tardías, desde luego, pero ya no cabe lamentarse.

Ahora, los medios de comunicación y la oposición de derechas se han encargado de colocar en el primer plano de los acontecimientos inmediatos a los sindicatos. ¿Habrá huelga general? Al margen de la extravagante satisfacción que se adivina en los rostros de los líderes del PP, y de la lícita rabia contenida de las expresiones de los líderes sindicales, la impresión es que esa posible huelga general tiene pocas posibilidades de producirse, y caso de suceder así, muchas menos de servir para algo.

¿Quiénes tienen que hacer la huelga? Los trabajadores de la Administración pública y los de las empresas privadas. Los de la pública solo afrontan el riesgo de perder un día de salario, y es muy probable que la lleven a cabo. Y, después, a quedarse como estaban. Porque saben que son unos privilegiados que no están acosados por el primero de los riesgos: perder el empleo. Y el caos tampoco les interesa, porque la masa de trabajadores del Estado no está formada por chalados dispuestos a liquidar la civilización. A enfadarse, sí, y mucho.

Los que no están arropados por el manto de los dineros públicos y la cobertura de los convenios de la Administración se enfrentan a una cuestión muy distinta. Y lo saben los sindicatos: esos trabajadores han negociado millares de acuerdos con los empresarios que implican bajadas salariales, excedencias temporales, expedientes de regulación de empleo… Todo ello sin que haya intervenido el Estado, y sin que se haya producido una llamada a la huelga general.

UGT y CCOO lo saben. Por ello sus líderes no lanzan arrebatadas campañas de confrontación. Pero deben jugar un papel delicadísimo ante la presión de sus bases, montadas sobre los convenios más privilegiados, que pintan muy poco en las pymes. Méndez y Toxo saben eso, y lo último que desean es que se les vaya de las manos una convocatoria en la que tendrían el apoyo desganado de los trabajadores de la función pública y el entusiasta de miles de freakies dispuestos a tirar piedras contra los bancos.

Tener enfrente a unas formaciones tan sabias y moderadas como las centrales españolas es un chollo que el Gobierno debería agradecer: aquí los modales son muy importantes. Y lanzarse a la piscina sin buscar la colaboración, discrepante y a veces encallada, de las centrales sería un disparate.

De nuevo, Grecia. La derecha española no va a ayudar, al menos de momento, a enderezar el asunto. Los sindicatos pueden hacerlo si no se les maltrata. Y, en todo caso, un Gobierno más amplio, que reuniera mayores apoyos, parece imprescindible para llevar hacia delante o llevarse por delante a este país. Una mera preposición.