La rueda

Ignacio Ellacuría, 20 años después

JUAN-JOSÉ López Burniol

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En 1979,Ignacio Ellacuríaparticipó enLa clave, un programa televisivo de debate. Su conductor,José Luis Balbín, tras presentarlo como un destacado representante de la teología de la liberación, le espetó: «Usted debe de ser un convencido marxista». A lo queEllacuríarespondió: «No, de ninguna manera, yo soy zubiriano». «¿Qué quiere decir con ello?», replicóBalbín. «Pues que aparte de que me une una profunda amistad conXavier Zubiri, en él he encontrado una forma rigurosa de realismo, que he convertido en columna vertebral de mi interpretación de la historia, con ventaja sobre las interpretaciones marxistas».

Vasco de Portugalete, ingresó en la Compañía de Jesús a los 17 años y a los 19 viajó por vez primera a El Salvador. Completó sus estudios en Innsbruck, conKarl Rahner. En 1962 comenzó a trabajar conZubiri, que sería su definitivo maestro y del que se convertiría en su mejor discípulo. Por aquellos años,Zubiridijo al jesuitaLuis Etxaerandioque «Ellacuríaes un joven muy poderoso intelectualmente y tiene muchas posibilidades». A lo que el jesuita respondió: «Sí, Ellacu es un apasionado tremendo, pero a veces demasiado decidido e impetuoso. A ver si le enseña a dudar un poco».

PeroEllacuríano dudó. Su excelente formación le hizo profundizar en la idea de que la realidad y la verdad han de hacerse y descubrirse en la complejidad colectiva y sucesiva de la historia, razón por la que la historia no es unfactum–un hecho que nos viene dado de un modo fatal– sino unfaciendum–una realidad que se teje cada día con nuestra acción–. Y como el destino le llevó a una tierra donde todo estaba por hacer, asumió con coraje el compromiso de contribuir a labrar una historia de libertad y justicia para el pueblo al que el destino le había ligado.

Hace veinte años, visitó Barcelona para recoger el premio Comín. Luego regresó a El Salvador. Sabía a lo que iba. Y, un día como otro, dio testimonio de entrega absoluta al ideal que entrevió con su inteligencia poderosa y sirvió con su voluntad decidida. Fue fiel hasta el extremo. Es la manifestación máxima de la dignidad humana.