'Expresident' de la Generalitat

Jordi Pujol: «Me dolió la frialdad de Juan Pablo II»

Mientras el primer volumen de sus Memòries llega a la quinta edición, acaba de salir el segundo, subtitulado Temps de construir (1980-1993). Un periodo turbulento.

Jordi Pujol.

Jordi Pujol.

NÚRIA NAVARRO

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–Se ha puesto a repasar su periodo político más turbulento...

–Entre 1980 y 1993 hubo momentos difíciles. Banca Catalana, la LOAPA, una crisis económica más intensa que la actual, mucho más. Pero resistimos. Teníamos algo que ahora no existe: un proyecto de país.

–¿Teníamos? Catalunya estaba en su cabeza.

–Teníamos, insisto, algunas ideas claras. Primero: la prioridad era el país, no el partido. Segundo: el Govern debía responsabilizarse de sus acciones. Tercero: había que construir el discurso. Cuarto: era importante tocar y que nos tocaran. Y quinto: como había poco dinero y poco poder, había que aprovechar las migajas, cosa que ahora no pasa.

–No pasa…

–Un Gobierno es el que pone su fuerza política al servicio de quien tenga una iniciativa empresarial, cultural, municipal. Creando órdenes, controles e intervenciones no se gobierna mejor. No eres más importante por incordiar a más gente.

–¿Habla usted del actual Govern?

–(...).

-Para los socialistas del Baix Llobregat, «la patria es el partido», escribe.

–En muchos aspectos valoro más el socialismo del Baix Llobregat que el de Sant Gervasi, ¿eh? Mire, el poder es objetivo de todos los partidos, pero para algunos es, si no la única razón, la más importante. Eso acaba siendo pernicioso para el país.

–De aquel país que planeó, ¿qué se ha torcido?

–El proyecto de España que se hizo desde el catalanismo. Queríamos ayudar a que España progresara y, a la vez, a que incorporara la idea de que existen diversas nacionalidades. La España que se está configurando tiene una actitud hostil hacia Catalunya. En la época de Franco había una política mucho más anticatalana, pero la opinión pública española no tenía la actitud de ahora.

–¿Eso explica el giro independentista del catalanismo?

–Lo cierto es que ahora hay más independentistas que hace 10 años. Y eso lo percibo también entre castellanohablantes, y en el mundo económico. Catalunya está en una situación difícil.

–Quizá por eso Carretero dice que es más importante presidir el Barça que la Generalitat.

–No creo que lo piense. Ahora bien, si lo que pretende decir es que es más fácil ir por el mundo siendo presidente del Barça, es otro tema. Entonces también podríamos decir que hay puertas que a Zapatero no se le abren, y a Laporta, sí.

–Por cierto, ¿entiende las aspiraciones políticas de Laporta?

–Las desconozco. No las sigo.

–Lo que sigue todo el país es el caso Millet

–¿A mí? No. Desde el primer momento ha habido ganas de buscárselas a Convergència, porque representa un hecho atípico que alteró lo que muchos querían que fuera la política catalana.

–¿Qué querían que fuera?

–Una confrontación de izquierdas. Y de derechas. Ahora le vuelven a tener ganas a Convergència, pero las donaciones a la Fundació CatDem no solo son legales, sino que son públicas. Se notificaron a Hacienda. No se puede hablar ni de clandestinidad ni de dinero negro. En cualquier caso, todo esto es un golpe para el país.

–Hablando de golpes. ¿Qué ocurrió con Juan Pablo II durante la visita a Montserrat, en 1982?

–Aquella visita fue mal.

- «Aquest home no ens entén, (...) no ens estima»

–Yo tengo dos puntales desde joven: el catalanismo y el cristianismo. Valoro las alegrías que me proporcionan y me duelen los desencantos. Y de Juan Pablo II me dolió su frialdad. Sé cuándo te escuchan y les interesa. Y él, como cristiano y como huésped de un país en circunstancias dramáticas, tenía la obligación de interesarse o, al menos, de hacerlo ver.

–¿Ha envuelto ese desdén en su célebre pañuelo del dolor

–En ese pañuelo está, fundamentalmente, el dolor por Banca Catalana. Yo soy un soldado del ejército derrotado del cardenal Montini [Pablo VI]. Un ejército del centro, que es el espacio donde siempre he intentado estar en la fe y en la política. En ese espacio estamos pocos, ¿eh? El sector conservador aprieta y el radical introduce una gran desorientación. Hay que salir de esta.

–Dé usted la receta.

–Si utilizamos bien nuestros activos, no solo nos permitirán resistir, sino crecer. Tenemos que proyectarnos fuera. Y no perder ambición. Insisto en aquello que siempre dije: «Nuestro mundo es el mundo» y «el trabajo bien hecho no tiene fronteras».

–Oiga, ¿nunca tiene dudas?

–Naturalmente que sí. Ahora dudo de si debía hacer esta entrevista...