La entrevista con el Cirujano
Josep Maria Caralps: «Llegarán a trasplantar el cerebro»
Hizo el primer trasplante de corazón que tuvo éxito en España, hace 25 años, y cuando había realizado un centenar más lo dejó, decepcionado con el sistema sanitario público.
–El cirujano que trasplanta corazones es famoso y el que intercambia hígados no lo es. ¿Por qué?
–Yo creo que si el trasplantador de hígados es bueno se le conoce.
–No tanto como al de corazones.
–Tal vez, porque el corazón tiene un halo romántico y misterioso, que no tiene el hígado. Pero trasplantar un hígado es mucho más complejo. El corazón sigue estando mitificado.
–¿Los sentimientos surgen del corazón o del cerebro?
–Todo parte del cerebro. Absolutamente todo. Lo que ocurre es que cuando alguien ama u odia agudamente, intensamente, en un momento determinado nota que el corazón le va más deprisa. En cambio, no percibe que su hígado trabaja más y segrega mucha bilis o que el riñón produce más orina. Todo eso también está pasando, pero solo capta que algo se le mueve en el pecho.
–¿Qué experimentó el primer día que sostuvo un corazón humano?
–Pues nada. ¿Qué nota usted cuando sostiene un bolígrafo en las manos? La primera vez, tal vez sentí que era algo importante para aquel enfermo, algo que podría abrir las puertas a miles de personas más.
–¿El corazón es un órgano imprescindible para la vida?
–Hay muchos órganos imprescindibles para la vida, pero hay uno que regula la vida de los demás, y ese es el cerebro. Es el más imprescindible.
–El que no se trasplantará nunca.
–Quién sabe. La palabranuncano se puede decir en ciencia y en medicina. ¿Por qué no ha de poder trasplantarse? Los hitos en medicina se consiguen por la constancia y la determinación del investigador. Al margen de cualquier consideración ética, moral o religiosa, es así.
–Eso significaría trasplantar la esencia de una persona, la personalidad, la forma de ser, la inteligencia.
–¡Y qué!
–Sería crear una persona diferente.
–¡Y qué! ¿Y qué?
–¿Usted cree que se hará?
–Creo que si se producen unas cuantas innovaciones importantes, que en estos momentos nos parecen barreras imposibles de traspasar, llegarán a trasplantar el cerebro. En 1851, Byrd Wilkoff, considerado el padre de la cirugía europea, dijo que el corazón no se podría tocar nunca, y que el cirujano que intentara operar un corazón sería mal visto por la comunidad científica. Y ya ve.
–¿Estaría justificado un trasplante, el de cerebro, que cambiaría por completo al individuo?
–Es que no se crearía otra persona. Lo que se haría es darle un cuerpo a otra persona, es decir, a un cerebro. Pero no cambiaría tanto, porque la otra ya no estaría. El receptor se identificaría con sí mismo, gracias a su cerebro, y el nuevo cuerpo seguiría las órdenes del viejo cerebro. Sería algo parecido a cuando cambias de modelo de teléfono pero no de tarjeta de memoria. Esa tarjeta guarda tus recuerdos, tus teléfonos, tus imágenes... Estamos elucubrando un poco, ¿no?
–¿Por qué dejó usted de hacer trasplantes de corazón?
–Hice el último en 1994, cuando llevaba un centenar. Hasta entonces, solo se hacían trasplantes de corazón en el Hospital de Sant Pau, de Barcelona. Cuando la Generalitat autorizó otros dos programas de trasplante cardiaco en Bellvitge y el Clínic, yo avisé de que lo dejaba. Lo hice a modo de crítica ante una acción que consideré absurda. Para la demanda que hay en Catalunya, con un solo hospital que hiciera trasplante de corazón habría de sobra. ¡Pero como somos un país rico! También lo dejé porque el trasplante es cosa de gente joven, muy joven, que puedan estar despiertos toda la noche y seguir trabajando al día siguiente.
–¿Cuantos trasplantes de corazón se hacen al año en Catalunya?
–Entre 40 y 60. Un desastre. Son poquísimos para tanto equipo quirúrgico. En Gran Bretaña, con 60 millones de habitantes, existen siete centros que hacen este trasplante. En España hay 19. Y hay pocos receptores. Los cardiólogos tardan demasiado en poner a un enfermo en la lista de espera de un trasplante, y llega demasiado enfermo. El trasplante no es una técnica para moribundos.
–¿Tienen ustedes, los cirujanos cardiacos, un poder especial?
–¡Noooo! Le aseguro que no. Al contrario, mucha gente piensa que tenemos un ego enorme al que hay que machacar. Están totalmente equivocados, como mínimo en mi caso.
–¿Lamenta haber dejado la sanidad pública?
–En absoluto. Era una lucha constante por conseguir cosas que no eran para mí sino para los pacientes. Yo dejé el Hospital de Sant Pau en el 2005. Me pidieron que me fuera. Había personas en cardiología y en cirugía cardiaca a las que les molestaba tener allí a una persona innovadora, que hacía cosas que ellos desconocían. La dirección tampoco ayudó. Son como funcionarios.
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