Dos comunidades hermanadas frente al fascismo

Defender Madrid es defender Catalunya

La ayuda prestada a la capital en la guerra civil demuestra que es posible la solidaridad entre ambos pueblos

ANTONI Segura

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La frase puede resultar sorprendente en los tiempos que corren, acostumbrados a percibir las relaciones entre Madrid y Barcelona en términos de confrontación y rivalidad. Los motivos no sobran, si repasamos la historia reciente --y no tan reciente--, y, en términos de imaginario político, las dos ciudades visualizan dos formas antagónicas de entender el Estado y de hacer política, tal como el Real Madrid y el FC Barcelona recogen dos adscripciones sentimentales e identitarias distintas. Claro que estas referencias se diluyen, y se hacen más complejas, o se reafirman, y tienden a la simplicidad, en cada persona. No es justo, pues, trasladar los estereotipos que pesan sobre las dos ciudades a la actitud de sus habitantes, que en el pasado dieron indudables muestras de solidaridad entre Catalunya y Madrid.

Eran unos tiempos particularmente difíciles, porque el 18 de julio de 1936 se había producido un golpe de Estado militar contra la Segunda República que había derivado en una guerra civil que el 4 de noviembre de 1936 llegaba a las puertas de Madrid. El objetivo rebelde era conquistar la capital, con la creencia de que esto decidiría la guerra. El Gobierno legítimo abandonaba la ciudad dos días después para establecerse en Valencia. Pero la ofensiva franquista fue detenida el 7 de noviembre en su intento de penetrar en Madrid por la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria.

Madrid hizo buena la consigna del ¡No pasarán!. El pueblo de Madrid, las milicias y el Ejército republicano, las Brigadas Internacionales y miles de milicianos procedentes del frente de Aragón –y, por lo tanto, de Catalunya-- frenaron la ofensiva, y Madrid permaneció republicana. Los primeros milicianos catalanes habían llegado en septiembre, y dos meses más tarde se superaban los 9.000 efectivos. Muchos de ellos, como el líder anarquista Buenaventura Durruti, perderían allí la vida. Pero la campaña de ayuda a Madrid no se limitó al envío de soldados. En octubre de 1936, la Conselleria de Sanitat i Assistència Social aprobaba la creación de los Comités de Ayuda a Madrid, que, junto con otros organismos y con la colaboración de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, canalizaron la ayuda a la capital que solicitaba la Junta de Defensa de la ciudad.

En enero de 1937, se decretaba la evacuación de Madrid, mientras los rebeldes intentaban maniobras indirectas contra la capital, como las ofensivas del Jarama (6-16 de febrero) y de Guadalajara (8-18 de marzo), que no lograron el objetivo de aislar la ciudad ni de modificar el frente de Madrid. Entre el 1 y el 7 de marzo tuvo lugar en Barcelona la Setmana de la Solidaritat de Catalunya amb Madrid, que se cerró con un multitudinario mitin en la plaza de toros de La Monumental, en el que el presidente Lluís Companys pronunció aquel contundente «¡Madrileños! Catalunya os ama», convertido en consigna en el cartel editado por el Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya.

Las muestras de solidaridad de Catalunya hacia la ciudad asediada se mantuvieron hasta que la conquista de Vinaròs (el 15 de abril de 1938) por parte de los rebeldes dividió en dos la zona republicana. La solidaridad se expresó de muchas formas: con el envío de víveres, mantas, medicamentos; con viajes al frente de Madrid de las autoridades catalanes (incluido el presidente de la Generalitat), de políticos y de representantes de la sociedad civil para infundir moral a los defensores de la ciudad, etcétera. Catalunya acogió también a centenares de miles de refugiados, sobre todo niños, procedentes, principalmente, de Madrid y la zona centro, del País Vasco y de Andalucía, lo que obligó a garantizar los servicios básicos (vivienda, manutención, sanidad y educación) de una población que, en enero de 1937, superaba ya con creces el 10% del total de Catalunya.

En definitiva, dar a conocer la campaña de ayuda a Madrid durante la guerra civil es una oportunidad para demostrar que, más allá de las disputas políticas, es posible la solidaridad entre los pueblos, especialmente cuando, como en este caso, se comparte la lucha por la libertad. Esto es lo que sucedió hace ahora más de siete décadas entre Barcelona –Catalunya-- y Madrid, que quedarían también hermanadas por la intensidad criminal de los bombardeos de la aviación rebelde.

La exposición que hasta finales de julio puede verse en el Centro Cultural Blanquerna de la Generalitat en Madrid, Defensar Madrid és defensar Catalunya (lema inmortalizado por Martí Blas i Blasi en el cartel editado por el Sindicat de Dibuixants Professionals de la UGT en 1936), y organizada por el Ayuntamiento de Barcelona y el Centre d’Estudis Històrics Internacionals (CEHI) de la Universitat de Barcelona, con la colaboración de Tribuna Barcelona, nos remite a la solidaridad en tiempos de guerra, cuando la España republicana y la Catalunya autónoma se enfrentaban a la amenaza del fascismo. Desgraciadamente, como recordaba Albert Camus en 1946, «fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma y que hay veces en que el coraje no obtiene ninguna recompensa». Y, sin embargo, pese a la derrota final, venció el sentimiento solidario, que es «la ternura de los pueblos» (Pablo Neruda), algo que a menudo se olvida en el roce de la batalla política cotidiana, incapaz de ir más allá de la coyuntura del momento y de aprender del pasado.

*Catedrático de Historia Contemporánea y director del Centre d’Estudis Històrics Internacionals de la UB