Igualdad efectiva y maternidad

La realidad diaria pone en evidencia que aún no es compatible la maternidad y la progresión laboral

GLÒRIA Soler / Historiadora.

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El 24 de marzo entró en vigor la ley española para la igualdadefectivade mujeres y hombres, conocida popularmente como ley de la paridad. La nueva normativa modifica varias leyes vigentes, desde un total de 15 artículos del Estatuto de los Trabajadores --que es una ley orgánica-- hasta otros tantos de la ley de procedimiento laboral, de la ley general de la Seguridad Social y de la ley de infracciones y sanciones del orden social. Todo ello con el propósito de superar aquellos obstáculos que hasta ahora han impedido el libre desarrollo de la vida laboral de las mujeres; es decir, la persistente discriminación por razón de su sexo y los inconvenientes derivados de la necesidad de conciliar su trabajo con sus responsabilidades familiares.

Sin embargo, la incorporación en el título de esta ley de la palabraefectivanos da cuenta de hasta qué punto es preciso hilar fino en sus contenidos para llevar a cabo su correcta aplicación. En este sentido, la voluntad reguladora igualitaria del Gobierno es indiscutible, ya que no se limita a establecer la obligación de que en todas las empresas se potencie y respete la igualdad de trato y de oportunidades, sino que avanza más allá y articula la participación de las mujeres en los consejos de administración de las sociedades mercantiles, en un número que permita alcanzar una presencia equilibrada entre mujeres y hombres en un plazo de ocho años a partir de la entrada en vigor de la ley.

COINCIDIENDOcon esta magnífica noticia de la voluntad del Gobierno español, las mujeres de nuestro entorno occidental nos hallamos en pleno debate sobre nuestra propia manera de entender la cuestión laboral. Más allá de las circunstancias específicas de cada edad o actividad, la reflexión sobre el trabajo femenino comienza a dirigirse hacia nuevos frentes reivindicativos, alejados de aquellos que fueron noticia durante las últimas décadas del siglo pasado.

Así, mientras la ansiada igualdad de oportunidades persiste como esa meta aún no alcanzada y por siempre irrenunciable, una generación de mujeres pretende cambiar la lógica laboral para poder vivir su maternidad sin ningún tipo de restricciones. El Estado les ofrece una reducción de jornada hasta los 8 años de edad de su hijo y, en caso de pedir la excedencia, de dos años para su cuidado, considera que ese período es de cotización efectiva a los efectos de las prestaciones de la Seguridad Social.

Pero, a pesar de estas sustanciales mejoras, para estas madres del siglo XXI el trabajo y la maternidad siguen confrontados. La experiencia les ha demostrado día tras día que la conciliación entre sus aspiraciones laborales y su responsabilidad como madres no puede producirse de maneraefectivadentro del sistema productivo competitivo de nuestro actual sistema económico. Dicho de otra manera: tras años de esfuerzo, en su lugar de trabajo a duras penas consiguen mantener el pulso con sus compañeros masculinos, y en su casa se las ven y se las desean para educar a sus hijos.

Una de las circunstancias ajenas a la ley que continúa impidiendo una verdadera paridad de mujeres y hombres en el mundo laboral es la dependencia, no estipulada pero en la práctica casi obligatoria, entre el progreso del trabajador y el paulatino sacrificio que se produce de su tiempo libre. La imposibilidad que experimentan la mayoría de las mujeres de poder alargar su jornada de trabajo sin tener que renunciar por ello a su funciónefectivade madres es interpretada por buena parte de su entorno como una actitud pasiva, que a la larga les acabará conduciendo a un estancamiento laboral.

Basta acudir a unos cuantos eventos a partir de las siete de la tarde para comprobar que, por desgracia, su pronóstico es bien cierto. En efecto, las mujeres trabajadoras tenemos que aprender a la fuerza a organizar el día en compartimentos estancos, concentrando todas nuestras energías en extraer de cada uno de ellos el máximo rendimiento posible. Muy pocas consiguen superar esta traumática compartimentación de tiempo y sentimientos. Aquellas que han tenido que sortear una dura selección para llegar hasta donde están acusan la decepción de no poder alcanzar los mejores puestos, cuando les correspondería hacerlo, debido a su maternidad. Otras, en cambio, se sienten insatisfechas e incluso culpables porque su actividad laboral no les permite dedicarse todo lo que querrían a la educación de sus hijos. Finalmente, hay un sector que prefiere renunciar alternativamente al trabajo y a los hijos, entregándose plenamente a una u otra actividad en función de la prioritaria en cada momento.

Todos estos colectivos femeninos tienen poderosas razones que justifican su actitud y su proceder, y, por consiguiente, todos deberían encontrar respuesta a sus justas demandas.

LA

REALIDADdiaria a que se enfrentan las madres trabajadoras pone de relieve cuestiones culturales que afectan al conjunto de la sociedad y que como tales han de ser analizadas. La imposibilidad de algunas mujeres de integrase en igualdad de condiciones en el mundo laboral puede entorpecer una lucha de siglos que aún no ha concluido. Pero también debemos abrir puertas a una reconsideración de la maternidad, de la paternidad o de la vida de las personas antepuesta al trabajo.