El reto de Somalia

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Durante 16 años, Somalia fue un paradigma de Estado fallido y olvidado en medio del panorama desolador de gran parte de África, un país dominado por el antagonismo exacerbado de los señores de la guerra, clanes y subclanes, y amputado de la región de Somalilandia (excolonia británica), que se escindió en 1991. La operación humanitaria de la ONU acabó de manera desastrosa en 1995. El Gobierno Federal de Transición, fruto de la última negociación internacional del 2004, nunca llegó a controlar el país. La guerrilla de la Unión de Tribunales Islámicos conquistó Mogadischo en junio del 2006 e impuso el orden y lasharia, por lo que el martirizado país se convirtió súbitamente en un frente de la lucha global contra el terrorismo. Etiopía, el enemigo histórico, con el beneplácito de Washington, intervino militarmente y la semana pasada puso en fuga a los islamistas radicales con más celeridad de la prevista.

Pese al alivio de la derrota islamista, la presencia etíope suscita un fuerte antagonismo nacionalista y religioso, de manera que la estabilidad solo puede lograrse por los somalís bajo la égida internacional. Somalia precisa de la tutela de la ONU no solo para sustituir a las tropas etíopes por una fuerza de cascos azules, sino también para iniciar una ardua negociación y sentar las bases del verdadero Estado que nunca existió desde la independencia (1960). Solo un Gobierno fuerte con respaldo internacional podrá terminar con la realidad endémica de la guerra, integrar a las facciones y liberar al país de la amenaza de la guerrilla y del combate contra el terrorismo. El futuro de Somalia es un reto tanto para los africanos como para la comunidad internacional.