'tour' rústico

Barcelona rural: escapadas exprés al pueblo

Buscamos refugio en rincones genuinos que evocan las visitas al pueblo. Paseos entre callejuelas y plazas. Oasis con genes rurales y trato familiar sin salir de la ciudad

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LEHMANN.jpg / Xavier González

Albert Fernández

Albert Fernández

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No hay nada como el trato cercano, los caminos familiares y los lugares donde todo el mundo sabe tu nombre. Las urgencias de la urbe nos hacen suspirar con hogares rústicos donde buscar abrigo y escapada interior. Te invitamos a una excursión por escenarios que recuerdan al pueblo de tu infancia. Un paseo como los que dabas con los abuelos, entre callejuelas, árboles y plazas, hasta acomodarte en alguna sencilla mesa

1. Barras y mesas

Manteles históricos

Practicando el levantamiento de porrón con el asesoramiento del ‘coach’ de barra, Pepe, en el Bar La Plata. Un clásico. 

Practicando el levantamiento de porrón con el asesoramiento del ‘coach’ de barra, Pepe, en el Bar La Plata. Un clásico.  / Jordi Otix

A veces solo el rumor de un lugar ya te trae calma. En Bar La Plata (Mercè, 28) el repiqueteo de los botellines, las ocasionales percusiones de las puertas de nevera, más las voces y saludos te llevan al genuino ambiente de una taberna de pescadores. Brindando con vino en la barra, y dando cuenta de su pescaíto frito y esas apoteósicas anchoas entre mármoles y azulejos, te transportas del todo a un pueblo marinero.

Sin sacarte el palillo de la boca, puedes pasar a saludar por Bar Andorra (Sant Pere Més Alt, 74), un refugio mediterráneo para las tardes que refrescan. Acercarse al mítico cartel de su puerta en pleno barrio de Santa Caterina ya trae regocijo. La cosa solo hace que mejorar cuando empiezan a desfilar los vermuts y las bravas al romero por su salón retro. No demasiado lejos queda el Bar del Pi (plaza de Sant Josep Oriol, 1), patrimonio histórico y exquisito lugar de encuentro y disfrute, con una ambientación emblemática y acogedora como pocas.

Pasan los años, y el Bar Roso (Sant Gil, 2) del Raval sigue cuidando a su parroquia a base de tapas caseras más un ambiente puro y afable. En Gràcia, el restaurante La Llar de Foc (Ramón y Cajal, 13) se mantiene como un clásico imperturbable, con platos de la tierra y tragos auténticos. Las gentes del lugar ni siquiera miran ya las herramientas del campo que adornan sus paredes: saludan directamente al jabalí con sombrero y gafas de sol que asoma de un muro. 


2. Santas plazas

Fuentes infinitas

Plaza de Sant Agustí Vell.

Plaza de Sant Agustí Vell. / Joan Cortadellas

Si existe un punto de encuentro natural, donde las conversaciones se dilatan y crece el vínculo, es la plaza. En nuestra ciudad atesoramos unas cuantas explanadas de adoquines, bancos y árboles que remiten a las de antes. Por ejemplo, desde la plataforma sobre la cual destaca la plaza de Sant Agustí Vell se agudiza el detenimiento del más distraído. Todo resulta bello si nos recostamos en la terraza del muy rústico Restaurant Joanet: la fuente rematada por farolas que divide el paso, las ramas arqueadas formando sombras y las vistas al antiguo convento de Sant Agustí

La acogedora plaza de Sant Viçenç, en Sarrià, procura una paz similar. Aquí el sol incide siempre amablemente y la escalinata que eleva la plaza le confiere un aire irreal. La plaza de Eivissa de Horta sigue siendo una muestra de la vida de pueblo. Sus terrazas reúnen a los vecinos en un ambiente de armonía familiar. Desde un lado de este irregular espacio de recreo, la escultura que evoca a una campesina ibicenca, instalada en 1965, observa el paso de los años. 

También resulta muy tierna la Sagrera porticada que encontramos en la plaza de Masadas. Bajo sus arcos podemos ver niños jugando al balón, y la luz cambia encantadoramente con el día.

Siempre tendrás una plaza favorita, y siempre será como la de tu pueblo.


3. Campanadas familiares

Iglesias y parroquias

Ciclista y paseantes con la basílica de Santa Maria del Pi al fondo.

Ciclista y paseantes con la basílica de Santa Maria del Pi al fondo. / Alvaro Monge

Cuando visitamos esos templos que huelen a santidad y piedras más viejas que la memoria, inevitablemente nos asaltan escenas de aquellas estremecedoras misas de verano a las que asistíamos en pantalón corto. Escuchar las campanas de la basílica de Santa Maria del Pi (plaza del Pi, 7) mientras nos embobamos con su impresionante rosetón gótico nos transporta a tardes más sencillas

La fachada gris de la vetusta basílica dels Sants Màrtirs Just i Pastor (plaza de Sant Just, 6) cubre sus diminutas puertas como una invitación a lo arcano. Adentrarse en la penumbra de la iglesia más antigua de la ciudad es como hacer un pacto con lo profundo del Gòtic.

Más encantadora resulta la iglesia de Santa Anna, una pequeña construcción románica que muestra sus sencillos ladrillos mientras se oculta del mundo en una pequeña plaza con árboles recostados por el viento. El carismático campanar de la parròquia del Sagrat Cor (Pere IV, 398) nos lleva a los confines de Poblenou, mientras que altos cipreses custodian Santa Eulàlia de Vilapicina (paseo de Fabra i Puig, 260), un espléndido santuario neoclásico ideal para perderse en pensamientos. 


4. Paseos con encanto

Pies para qué os quiero

Carabassa: adoquines y puentecitos elevados.

Carabassa: adoquines y puentecitos elevados. / Zowy Voeten

Cuando tocan las siete, es momento de coger una rebequita y salir a dar el paseo. Tú sabes bien dónde pisar piedras reconfortantes y encontrar estampas evocativas. En Barcelona tenemos callecitas como Carabassa, un vial de adoquines antiguamente frecuentado por un alfarero, que remata su belleza con unos puentecitos elevados tras los cuales puede avistarse la estatua que corona la cúpula de la basílica de la Merced.

Adentrarse en el pasillo que conduce a la Fàbrica Lehmann (Consell de Cent, 159) significa ceder a la ilusión de viaje y encantamiento. Accedemos a un hermoso patio empedrado trufado por plantas y talleres, bajo el cobijo de la chimenea de una vieja fábrica.

Vallcarca ofrece gloriosas oportunidades de paseo y recogimiento, puesto que gran parte del barrio parece un pueblo en sí. Una caminata predilecta es ascender por el paseo de Turull desde Mare de Déu del Coll. Las fincas que encontramos a nuestro paso son casas de ensueño, con verja y jardín, que nos hacen soñar con otra vida, más relajada, mientras accedemos a la zona forestal del Park Güell.

Si buscas, sabrás dar con lo rústico allá por donde camines, ya sea el casco antiguo del Clot o Sant Andreu de Palomar, o ascendiendo por las escaleras de la Fuente de Sant Salvador


5. Nuestra arboleda

Cielos verdes

 Los jardines del Doctor Pla i Armengol.

 Los jardines del Doctor Pla i Armengol. /

La verdadera paz se encuentra en la naturaleza. Si algo en esta urbe mutante nos acerca a las antiguas villas, es que cada poco nos da un respiro verde para resguardarnos de las aceras y el ruido. Un clásico sería buscar una de las múltiples rutas para ascender a la montaña más cercana. Desde Nou de la Rambla con la calle de Magalhães encontramos unas escaleras que zigzaguean al cobijo de infinidad de árboles y arbustos. Más arriba, ascender a pie por las campas guardadas por pinos que llevan al Mirador del Migdia se premia con regocijo vegetal y unas vistas panorámicas sensacionales.

Los Jardines del Doctor Pla i Armengol (av. de la Mare de Déu de Montserrat, 132) ofrecen una espatarrante diversidad de especies, pero sobre todo procuran pequeños paseos entre troncos que te transportan a los alrededores del pueblo. Algo similar pasa en ese exuberante descenso al verdor que es el Jardí Botànic Històric (av. dels Montanyans, 26), un cosmoverso de frondes y pájaros para hacer volar la imaginación. Si tienes tiempo, siempre puedes calzarte para hacer la ruta forestal desde Mundet a Sant Cugat. En su recorrido encontrarás árboles centenarios, capillas románicas y verdadero sosiego

El viento silba en la lejanía, las hojas se mueven al compás. Te sientes vivir. 


6. Callejones con salida

Panorama de pasajes

El pasaje de Mallofré.

El pasaje de Mallofré. / Jordi Otix

Cuando la ciudad serpentea y estrecha sus calles, puedes perder de vista los altos edificios y sentirte en un laberinto rural. Dime si no qué sientes al atravesar el pasaje de Mallofré. El primer tramo cubierto de vigas verdes y techo arqueado ya encoge el alma. Para cuando llegamos a la parte principal descubierta, con esa pared frondosamente invadida por hiedra, más los tonos ocres y vivos de esas casitas con vegetación desparramada por las vallas, es imposible no saborear la armonía del lugar.  

Otro paraíso que se atraviesa en silencio es el pasaje de Permanyer. Las casitas bajas con jardín, el empedrado y las buganvilias rematan la sensación de viaje y recogimiento. En el Ferró maravillan el pasaje de Sant Felip y el de Mulet, y descubrir el candor del pasaje de Isabel remontando Vallcarca nos hace abrazarnos a nosotros mismos.


7. Huertos urbanos

Cuidar la tierra

El Jardí del Silenci.

El Jardí del Silenci. / Zowy Voeten

¿Qué me dices de coger una azada y empezar a labrar aquello que comemos? Nuestra ciudad florece desde hace unos años con su creciente cantidad de huertos urbanos, una forma sostenible de ganarle terreno al pavimento, que además procura gran dosis de salud mental a los ciudadanos. La inscripción y el compromiso son necesarios, pero sembrar la tierra en ambientes tan hermosos como los huertos de la Sagrada Família (Padilla, 201), el Espai Colònia Castells (Montnegre, 32), o los nuevos espacios del Jardí del Silenci (Encarnació, 62) y los Jardines de l’Encarnació, no tiene precio. Recogerás frutos, te reconciliarás con el mundo y sentirás tus raíces.

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