¿Qué hacer hoy, 16 de abril, en Barcelona?

El cine independiente norteamericano da muchas más sorpresas que los blockbusters comerciales que acaparan las pantallas mundiales. Para descubrirlos seguramente hay que acudir a salas más pequeñas y darse prisa porque duran menos en cartel. Pero eso no disminuye su calidad y su interés. Es el caso de la reciente Mass, un doloroso drama que supone el debut en la dirección y el guion del actor Fran Kranz, visto en filmes como La cabaña en el bosque o La torre oscura, que ha firmado una opera prima que parece una adaptación teatral y trata un tema de hiriente actualidad.

El reparto está integrado por cuatro grandes actores quizás menos reconocidos de lo que deberían. Jason Isaacs (Jay) está especializado en papeles de villano en títulos como El patriota, pero aquí muestra su lado más vulnerable, su esposa es interpretada por Martha Plimpton (Gail), actriz a la que habíamos perdido la pista pero que gozó de cierta fama en los 80 como una de las jóvenes de moda en La costa de los mosquitos o Un lugar en ninguna parte. El otro matrimonio está representado por Anne Dowd (Linda), la perversa tía Lydia de El cuento de la criada en un registro muy diferente y Reed Birney (Richard), que podemos recordar en La caza o como el vicepresidente norteamericano Donald Blythe de House of cards.

Una reunión misteriosa

Es una de esas películas de las que es mejor no saber demasiado por lo que nos limitaremos a plantear su punto de partida. Ya los créditos son en blanco sobre negro con una tipografía muy parecida a las películas de Woody Allen, pero sin música de jazz. La trama transcurre en una iglesia episcopal. Una mujer prepara una de las salas para una reunión con una mesa, cuatro sillas y un crucifijo al fondo. Otra llega poco después para supervisarlo y que todo esté en su sitio: bebida, comida y hasta una caja de pañuelos de papel.

Los primeros en llegar son Jay y Gail, pero permanecen un rato en el coche, no se atreven a entrar y dudan si hacerlo. Al fondo, la imagen se fija en una cinta roja colgada de una alambrada que parece tener algún significado que luego entenderemos. Llegan Linda y Richard y ella les trae un ramo de flores. Hablan de sus respectivos hijos, Steven y Sophie, pero les cuesta entrar en el tema de fondo, se palpa la tensión en el ambiente. Comparten fotografías y objetos del pasado hasta que se deciden a entrar en materia.

Padres e hijos

La película, como Un dios salvaje, la adaptación de Roman Polanski a partir de la obra teatral de Yasmina Reza, es un encuentro entre dos matrimonios centrado en el comportamiento de sus hijos. Es la anatomía de un suceso marcada por el perdón y la culpa, de ahí que su escenario natural sea un rincón de una iglesia. A todo ello, la cámara se acerca a ellos, se aleja, gira o se queda quieta intentando narrar paralelamente lo que está sucediendo.

Nunca veremos lo ocurrido y únicamente lo imaginaremos por medio de sus descripciones y eso es casi peor, más terrorífico. Los protagonistas son los hijos, pero quienes lo explican son los padres, lo vemos todo desde su perspectiva. ¿Qué pareja sufre más? ¿Quién es la auténtica víctima? ¿Hicieron todo lo posible para evitarlo? Los progenitores se ven sometidos a una implacable radiografía de su responsabilidad paterna.

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Un filme conmovedor y premiado

Es una de esas películas que se te queda marcada a fuego, que conmueve, emociona y te deja devastado al tiempo que te plantea muchas preguntas si eres padre. Imposible que te deje indiferente. Todo ello ha provocado que consiga múltiples premios como el prestigioso Robert Altman de los Independent Spirit Award, el del jurado joven de San Sebastián o los de diversas asociaciones de críticos. Una cinta tan dura como necesaria.