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Como un musical de David Lynch

La sala Atrium presenta la inquietante 'La lleugeresa i altres cançons'

lleuge

lleuge / CARLA OSET

Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente

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Cuando, recientemente, se presentó la segunda mitad de la temporada de las salas de proximidad que forman parte del grupo On el Teatre Batega y los responsables de las mismas presentaban brevemente las obras que programarían lo que más sorprendió fue la definición que hizo el de la Sala Atrium de una de sus propuestas, La lleugeresa i altres cançons: “es como un musical de David Lynch”. La pregunta flotaba en el aire: ¿cómo demonios sería? ¿cómo reproducir en un escenario las características de un cineasta tan particular? ¿se entendería o, como de costumbre, hacia la mitad nos desconcertaría? Ahora ya podemos contestar a esas preguntas…

Se trata de una obra de Teatre Nu escrita por Ivan Benet y Víctor Borràs con dirección del primero e interpretada por Aida Oset, autora también de la música. El escenario está ocupado a la izquierda por un perchero con ruedas para el vestuario y una silla; a la derecha, una guitarra eléctrica en el rincón y, al fondo, los teclados y un micrófono con un fluorescente en lo alto También del techo cuelgan unas cortinas (que se desplegarán para simular la habitación de un hospital) y hay focos a ambos lados. Otro detalle importante es que el suelo es blanco, como corresponde al entorno en el que transcurre.

El color blanco predomina durante la mayor parte de la obra.

El color blanco predomina durante la mayor parte de la obra. / CARLA OSET

La perspectiva de una enfermera

Poco a poco vamos descubriendo que la protagonista es una enfermera que aparece vestida con una gabardina y una camiseta (en las escenas que transcurren en el hospital se cambia de ropa para ponerse la típica bata blanca, el color predominante del espectáculo) y que intenta recordar lo que sucedió el día en que cambió su vida. Empieza hablándonos de los nombres y cómo cuando te diriges a una persona por el mismo (no por el diminutivo sino el que ella considera el propio) se te abre y te considera como de su familia. Es uno de los trucos o protocolos de las enfermeras.

La cortina, tras la que se esconden los teclados representa la habitación de un hospital.

La cortina, tras la que se esconden los teclados representa la habitación de un hospital. / CARLA OSET

Repasa las cosas que tendría que hacer y se queja de estar cuidando continuamente a la gente pero no tener quien la cuide a ella, cómo los familiares de los pacientes la ignoran… hasta que la necesitan. Especialmente detallista resulta su completa descripción de los personajes que deambulan por la clínica o el tema de los medicamentos que enumera a velocidad de vértigo (dejando también una sutil crítica a los profesionales sanitarios que se dejan sobornar por las farmacéuticas).

La protagonista canta acompañada por una guitarra eléctrica.

La protagonista canta acompañada por una guitarra eléctrica. / CARLA OSET

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La coprotagonista invisible

Entonces entra en escena el otro personaje (invisible) importante, la Pepi, una paciente con acento andaluz a la que trata con cariño porque es espontánea y, a diferencia de los demás, sonríe con sinceridad, que la llama microbio y la anima a cantar. Sus compañeras le advierten que se implica demasiado con los enfermos pero ella no les hace caso. Hasta que descubre que lleva demasiado tiempo sin liberarse y por eso decide bailar, cantar, volar…  En el tramo final luce un vestido rojo con purpurina envuelta en humo y es, entonces, cuando el montaje adquiere un tono más lynchiano y nos parece estar en el Club Silencio de Mulholland Drive. o en uno de esos oscuros cabarets, marca del autor de Blue velvet.

La enfermera llega un punto en el que decide liberarse.

La enfermera llega un punto en el que decide liberarse. / CARLA OSET

Resolvamos las incógnitas que planteábamos al inicio. ¿Un musical a lo David Lynch? Lo que está claro es que, a nivel de trama, no. Es una historia sencilla, muy bien escrita y explicada sobre un tema de máxima actualidad que el espectador sigue perfectamente sin perder el hilo de la narración en momento alguno. Eso sí, resulta algo misteriosa e inquietante. Donde sí que nos hace evocar al cineasta norteamericano es en su principal atractivo, la atmósfera malsana que suele crear, presente sobre todo en esos últimos minutos presididos por el color rojo. Igualmente, la música electrónica contribuye a ese tono a lo Angelo Badalamenti (su compositor habitual), con ecos de las notas de Twin Peaks en algunas de las canciones y ese halo enigmático.

Al final, el color rojo se apodera del escenario.

Al final, el color rojo se apodera del escenario. / CARLA OSET

Aida Oset, la hipnotizadora

Capítulo aparte merece la impresionante presencia de Aida Oset, que va cambiando la mirada hacia uno u otro espectador para que todos nos sintamos involucrados en lo que cuenta. No está interpretando, lo está viviendo, se emociona, se rompe, se desata, tiene los ojos llorosos y crea un ambiente de máxima tensión en el que nos hipnotiza y casi nos impide pestañear. Quizás ella, como su personaje, también se implica demasiado, pero es que es la mejor manera para resultar convincente. Te dan ganas de darle un abrazo y cuidarla, como reclama en varios momentos. Al final, lo de Lynch ha quedado como una anécdota complementaria en una obra que de ligera tiene poco y que te llega hasta el alma.   

Imagen promocional de 'La lleugeresa i altres cançons'.

Imagen promocional de 'La lleugeresa i altres cançons'. / CARLA OSET