Planes

8 barrios de Barcelona para dar la vuelta al mundo

Rompe el mapa, cierra la 'app' de navegación y cambia de país con un simple billete de metro.

Descubre postales de otras ciudades en tu ciudad. De Nueva York a Londres

Albert Fernández

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Rompe el mapa. Cierra esa 'app' de navegación. Aquí no se trata de ubicarse, justo lo contrario. Este es un diario de viaje más mental que físico. Una suerte de postal que representa nuestras ansias por salir y recorrer mundo, antes que una carta de amor a Barcelona y sus aires cosmopolitas. 

Si de tanto en tanto te asaltan pantallazos planetarios y ves otras ciudades en tu ciudad, ya tienes la idea. Pongamos que contemplar la evocadora decadencia del invernadero del Parc de la Ciutadella te transporta al Jardín Botánico de Ámsterdam o a algún paraje frondoso de la Inglaterra victoriana; si atravesando el paseo de Gràcia vislumbras caminatas interminables por Campos Elíseos, con un vistazo a las columnas del temple de Augusto en el Gòtic ya estás en la Antigua Roma, jugueteas vislumbrando las playas y rascacielos de Dubái a la sombra del Hotel W Barcelona, la Barceloneta te huele a Nápoles, tu erudición te lleva a pensar en el expresionismo arquitéctonico alemán a partir de la fachada sinuosa de la Casa Planells (Diagonal, 332), o simplemente piensas en Chernobyl al ver las Tres Xemeneies de Sant Adrià de Besòs, abróchate el cinturón. Si no es así, quizás mejor que cojas la maleta y saltes seis páginas. 

1. Nueva York en Via Laietana

La quinta avenida de Barcelona

Cuando Ildefons Cerdà ideó la Via Laietana en 1859 como un gran nervio urbano que comunicara el Eixample con el puerto, la Quinta Avenida de Nueva York ya comenzaba a confirmar su alto estatus, de zona residencial a comercial. Nuestra alargada calle nunca será considerada la más cara del mundo, ni atesora mansiones señoriales, Empire State Buildings o Rockefeller Centers, pero algunos de sus edificios, como la <strong>Casa de la Seda</strong> o la Casa Francesc Cambó i Batlle, son riquezas históricas. 

En todo caso, las mayores similitudes se concretan en las impresiones de un peatón sensible. La perspectiva de nuestra vía desde la altura de Urquinaona inspira un gran horizonte de sucesos, y transmite la idea de urbe en su máxima expresión. El edificio neomedieval de la Caixa de Pensions divide el tráfico igual que el Edificio Flatiron en la esquina de la Quinta con Broadway (aunque la novecentista Casa Antònia Serra i Mas, en la intersección de Pere IV y Pallars, recuerda mucho más al rascacielos de George A. Fuller). En el descenso por Via Laietana tal vez no encontremos la urgencia abrumadora de las arterias de Manhattan, pero tampoco nos falta de nada: una Jefatura Superior de Policía, los neones discretos del Bingo Laietana, una tienda de cómics con empleados tan hoscos como los de NY, 'cappuccinos' de franquicias infectas, transeúntes duros y coches furiosos. Y ese asfalto que, como el de la Gran Manzana, lo aguanta todo. O casi todo.


2. Manchester en el Poblenou

Calle de Pere IV

A veces llegar al fondo de algo tiene su recompensa. Alcanzando prácticamente el final de la calle de Pere IV de Poblenou llegas a la altura del número 345, donde se encuentra <strong>La Escocesa</strong>, un fabuloso centro de creación artística alejado del ruido. La boca se desencaja admirando las coloridas formas geométricas que adornan la mayoría de bajos de esa acera, y entonces te das cuenta: estás en Manchester

Los colores disparan el recuerdo de los paisajes urbanos de los barrios 'hipsters' de la ciudad de Guardiola, donde encontramos infinidad de murales de rostros populares, estallidos policromáticos y colmenas de abejas dibujadas sobre el tocho inglés. Es cierto que el Poblenou profundo no es como el Northern Quarter mancuniano. Aquí no encontramos cafeterías 'cools', restaurantes 'veggies', tiendas de vinilos ni outlets 'retro'. Pero en ese marco de abandono, solares y locales desvencijados ya anida la fantasía. Solo mira ese rostro que asoma entre una lluvia de líneas psicodélicas en la esquina de Pere IV con Selva de Mar. Justo en la fachada de al lado, una muchacha en bañador azul camina confiada entre una explosión de destellos dorados. Toda una invitación al viaje.


3. París en la Esquerra del Eixample

Fàbrica Lehmann

Adentrarse en el pasillo que conduce a la Fàbrica Lehmann desde una humilde acera del Eixample evoca rincones de la vieja Europa. Es comenzar a avanzar por el callejón adoquinado desde el número 159 de Consell de Cent y ceder a la sensación de viaje y encantamiento. Una graciosa fila de buzones ligeramente desalineados nos saluda justo antes de acceder al hermoso patio que ahora comparten una veintena de espacios creativos, bajo el cobijo de la gran chimenea de aquella fábrica de muñecas que Ernst Paul Lehmann inauguró en 1893.

Embobamiento absoluto mientras contemplamos los talleres y mercadillos artesanos: el flechazo con este pequeño oasis urbano repleto de plantas y encanto es inevitable. Así es fácil rememorar paseos por los barrios peatonales de París, con sus callejuelas intrincadas y sus cafés en cada esquina. Caminatas de la mano por los suelos empedrados de Montmartre, y besos contra los viejos portales del 'guetto' del Marais, bajo una ligera llovizna. Todo es perfecto hasta que visualizas al clásico camarero parisino, arrugando la nariz con asco mientras te esfuerzas en pronunciar 'cafè noisette'.


4. Oriente Medio en la Barceloneta

La antigua Fábrica Catalana de Gas

Una especie de extrañeza exótica aflora en cuanto damos los primeros pasos por el parque de la Barceloneta. Su nudo de caminos curvos y parcelas de hierba y tierra desembocan en el espectáculo de su pista central: ese combo mágico que ofrecen la impresionante estructura de acero laminado del gasómetro, conservada desde 1868, y la Torre de les Aigües, diseñada por Josep Domènech i Estapà y construida en 1905. En efecto, este espacio abierto que transita entre la Barceloneta y la Vila Olímpica ocupa los terrenos de la antigua Fábrica Catalana de Gas

Si bien es cierto que los orígenes del gasómetro remiten al distrito Simmering de Viena, donde estos antiguos depósitos de hidrocarburos alimentaban el alumbrado público, es imposible pensar en gas y no asociarlo inmediatamente a algunos de sus máximos productores de Oriente Medio, países como Irán o Qatar. La estructura de la torre no apela precisamente a la arquitectura islámica, pero si nos abstraemos de su cubierta cónica y apelamos a los adornos y su forma cuadrangular, se obra el hechizo y una alfombra voladora nos lleva frente a la Torre de reloj en Yazd, por ejemplo. El suelo árido del parque y las palmeras hacen el resto. 

Hablando de volar, si ascendemos la rampa del parque, tendremos nuevas revelaciones. A un lado, la imponente Torre Mare Nostrum con esos pisos ensamblados reflejando el sol mediterráneo en su superficie acristalada. Al otro, la parte superior del gasómetro como perfecto escenario de un partido de 'quidditch' de los que jugaba Harry Potter.


5. Londres en el Eixample Dret

Pasaje de Permanyer

A veces, relajarse es fácil si sabes dónde mirar. No se a ti, pero a mí esas típicas casas unifamiliares inglesas, con escaleras frente a la puerta, fachadas de ladrillo, un patio trasero o un pequeño jardín frontal, me seducen a la enésima. Y me dan paz. La misma serenidad que te invade inesperadamente cuando huyes del vértigo de tráfico ascendente de Roger de Llúria o descendente por Pau Claris, y atraviesas con calma el pasaje de Permanyer

La primera vez que contemplas este conjunto de casas bajas de inspiración británica, de estilo ecléctico, con un semisótano y un pequeño jardín al pie de las escaleras, más una verja que distingue cada parcela del mundo, parece que estés ante un espejismo. Parece que en cualquier momento vaya a aparecer Hugh Grant o vayas a ver salir a la prota de 'Fleabag' de la construcción de doble piso con tejas negras del final del pasaje. El empedrado del suelo, los árboles y buganvilias que adornan el estrecho paseo, y las rejas de metal a ambos extremos de la calle acaban de rematar la sensación de exclusividad. A mí me dan ganas de sacar la pipa y solucionar un caso. 


6. Andalucía en Horta

Calle de Aiguafreda

Cada vez hay menos rincones donde podamos sentirnos como en un pueblo dentro de esta gran ciudad. Una de las más valiosas excepciones es la calle de Aiguafreda, en el barrio de Horta. En este corredor de pequeñas casas se ha parado el tiempo: los gatos se lamen al sol, vemos antiguos pozos de agua, arcos de flores sobrevuelan nuestras cabezas y multitud de tiestos contrastan con su verde el blanco de las fachadas. Su encanto anacrónico nos remite a paraísos rurales del sur, y recorriendo sus escasos 150 metros tan pronto podríamos estar en Segura de la SierraJúzcarCazorla o cualquier otra pequeña maravilla andaluza. Un rincón peatonal idílico, con un paso elevado y esos pozos de agua que surtían desde el subsuelo de Horta a las antiguas lavanderías, para que la alta burguesía de hace unos siglos llevara la ropa limpia. Aunque los gatos de pueblo se lavan mejor. 


7. México en Montjuïc

Jardins de Mossèn Costa i Llobera

Los Jardins de Mossèn Costa i Llobera se asoman al puerto desde la montaña de Montjuïc. Pero si damos la espalda al mar, olvidamos las vistas panorámicas y nos abstraemos paseando por su interior, podemos sentirnos perdidos en un desierto de Centroamérica. Su exuberante colección de cactus y plantas suculentas nos lanza a travesías imaginarias por los terrenos polvorientos de México, Texas o California. En Costa i Llobera distinguimos un buen número de 'echinocactus', esos cactus globulares cubiertos de espinas y una especie de lana blanca. Es un género muy presente en las llanuras mexicanas

Antes de pincharnos con alguna punta vegetal para volver a la realidad, podemos trascender entre el verdor, y contemplar las limitaciones de la existencia como si arrastrásemos los pies sobre la arena del desierto de Chihuahua.  Eso sí, no busques peyote: si quieres entregarte a los atributos alucinógenos de ese pequeño cactus, vas a tener que ir de veras hasta el desierto de Wirikuta.


8. Gotham en el Gòtic

Edificio de Correos 

La escocesa

La escocesa / JORDI COTRINA

A veces nuestro viaje necesita alguna concesión a la fantasía. Una debilidad que asalta al paseante friki en sus correrías por Barcelona es ver reflejos de la oscura ciudad de Batman en mil viñetas de la ciudad: gárgolas cenitales, cornisas especialmente pronunciadas, haces de luz proyectándose desde Montjuïc… Pero, sin duda, el influjo más poderoso de Gotham sobre la Ciudad Condal lo sentimos ante la imponente estampa del edificio de Correos, ese siniestro inmueble clasicista que se construyó a final de los años 20 del siglo pasado. Verlo de frente y ascender por sus escaleras encoge cualquier alma comiquera, como si fuéramos a cruzarnos con el comisario Gordon en la puerta. 

Pero lo que verdaderamente hace palpitar las sienes es avanzar hasta la parte posterior del edificio. Al girar por la peculiar curva que lleva a la calle de Àngel J. Baixeras, se proyecta sobre nuestras cabezas un arco de cemento asombroso y crepuscular que recuerda a los diseños del arquitecto Anton Furst para las películas de Tim Burton sobre el Hombre Murciélago. Ahí sí, se rompe un nervio: cada sombra es una capa; cada pájaro, un 'batarang'. Te contienes lo indecible para no carraspear y mascullar: «Soy Batman».

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